Miriam Jerade
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Algunos que parecen cínicos y se pretenden realistas, consideran que el gobierno de Olmert fue paciente ante los frecuentes lanzamientos de Quassams; la “Operación plomo fundido” consecuencia de la violación por parte del Hamas del tahdiyeh, (acuerdo de un cese al fuego de seis meses) es una reacción – tarde pero contundente, - a los actos de una organización terrorista inserta en la red de una jihad global. La entonces ministra de la defensa Tzipi Livni, ha declarado en varias ocasiones que el gobierno va reaccionar fuertemente contra los terroristas; de ahora en adelante, Israel ya no se comportará más como un país débil.
Tomemos como ejemplo un fragmento de artículo de Bernard-Henry Levi :
Ningún gobierno del mundo, ningún otro país más que este vilipendiado Israel, arrastrado por el fango y demonizado, habría tolerado ver miles de obuses caer, durante años, sobre sus ciudades. Y por lo tanto, lo más importante del caso, el auténtico tema de sorpresa no es la «brutalidad» de Israel, sino su enorme moderación.
Esta declaración indigna, pero ¿cómo responder? ¿cómo mostrar que el lanzamiento de obuses responde a una violencia anterior, a la violencia del Estado, una violencia sin moderación? Algunos se precipitan en tratar a Israel de Estado genocida, lo que les vale la acusación de antisemitas. Preguntémosles, dicen los realistas, por qué no se indignaron ante el genocidio en Ruanda en 1994, o por qué no manifiestan en contra del hambre en África o por qué no se ocupan de las injusticias sociales en sus comunidades. Sin acceder a que las pasiones sean el motor del análisis político, no descartaría demasiado deprisa su reacción sin antes cuestionarla.
Otros, igualmente apasionados, se preparan para la guerra total contra el Islam, siguiendo las teorías del choque de civilizaciones de Samuel Hungtington , publicadas en 1996, su libro se convirtió en un best seller, aorrogandose el estatuto de verdad a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre, fortaleciendo así una cultura del miedo. Siguiendo a Huntington la civilización islámica y el mundo occidental se enfrentan en una interminable lucha por la identidad; el profesor de Harvard intenta probar que aquello que separa a las civilizaciones (Occidental, China y Musulmana) es esencial, que ellas son incompatibles y están incomunicadas, para concluir que es imposible relacionarse sin poner en peligro la identidad . El gobierno americano se embarcó en una guerra contra el terrorismo, que ha tenido como corolario la construcción de la imagen del musulmán como enemigo, a quien hay que temer por su esencial odio al occidente. Desde los inicios del ataque a Gaza, recibo propaganda de mi familia y amigos judíos en Israel o en la “diáspora”, legitiman la muerte de los civiles en Gaza, videos de niños entrenados para la jihad desde la más tierna edad, impidiéndose así cualquier gesto de compasión, siguiendo esa frase célebre de Golda Meir que reza más o menos así “Podemos perdonar a los palestinos por matar a nuestros hijos, podemos perdonarlos por hacernos matar a sus hijos, lo que no les podemos perdonar es no querer a sus hijos más de lo que nos odian.” Así “el palestino” es una construcción fantasmática de un enemigo tan irremediable y potente que es incapaz de deponer su odio o de amar a sus hijos. Cómo es entonces posible que un judío de una opinión en contra de las acciones del gobierno de Israel, pues si las civilizaciones son un “nosotros” que se contrapone a un “ellos”, ¿cómo explicar que alguien de una cierta cultura pueda indignarse por los crímenes cometidos fuera de su esfera de civilización? Sin embargo, la respuesta más fácil y la más perversa, basada en un psicologismo barato, dirá que esto se explica por un odio revertido hacia sí mismo, y se convierte por ende en un enemigo interno pues se alía al enemigo externo.
Sin embargo, la teoría del choque de civilizaciones contiene una falla pues, como argumenta Marc Crépon, es una idea simplista y esencialista de la relación de los individuos a “su” cultura, pues en una misma sociedad surgen fuerzas que cuestionan y deconstruyen esos “fundamentos culturales”.
Para dar una respuesta a este tipo de argumentos, me voy a permitir apelar a un nazi de verdad. En El concepto de lo político , Carl Schmitt desarrolla una teoría del amigo-enemigo que no está basada en concatenaciones raciales sino en decisiones políticas. Pero que no nos coman las ansias, hay que puntualizar que la teoría de Schmitt era una respuesta al tratado de Versalles y al ambiente político de Weimar. Sobre el enemigo escribe:
El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo, no hace falta que se erija en competidor económico, e incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.
La virtud de la teoría de Schmitt es mostrar que el enemigo no es una decisión ni moral ni estética sino política. Y agrega:
Lo que decide es siempre y sólo el caso de conflicto. Si los antagonismos económicos, culturales o religiosos llegan a poseer tanta fuerza que determinan por sí mismos la decisión en el caso límite, quiere decir ellos son la nueva sustancia de la unidad política
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Les pido paciencia para lo que sigue sobre la paciencia...
Gracias Miriam, por recordarnos la paciencia inherente al tiempo y a la justicia que parece no tardar tanto en hacerse oír (y gracias por darme ese lugar en la dedicatoria).
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