lunes, 24 de agosto de 2009
Lev Grinberg "Sin palabra: En busca de un lenguaje para resistir 'la Cosa Sin Nombre' israelí"
Gracias a Federico Donner por el envío de la traducción al español.
Aquí subo la traducción que saldrá publicada en el próximo número (23) de la revista Nombres del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Sin palabra: En busca de un lenguaje para resistir “la Cosa Sin Nombre” israelí[1].
Por Lev Luis GrinbergDepartamento de Sociología y Antropología, Universidad Ben Gurion del Neguev.
Traducción de Federico Donner
Abstract: Este escrito cuestiona las palabras utilizadas para criticar la represión israelí sobre los palestinos por su ineficacia en la lucha política y por ser críticamente insuficientes. Se argumenta que no hay siquiera una palabra disponible que comprenda el fenómeno de constante desposesión, represión violenta y de atribución de culpas a la resistencia palestina en tanto terrorismo. Los expertos no son capaces de sugerir un concepto comprehensivo que pueda de una vez describir, analizar y criticar el fenómeno, y se sirven de términos existentes pero inapropiados –como ocupación, apartheid, colonialismo y sionismo- o inventan nuevos vocablos como etnocracia, politicidio, Bantustán, espaciocidio, sociocidio, o genocidio simbólico. Todos estos conceptos son discutidos aquí; se argumenta que son parcialmente correctos, pero no totalmente adecuados. El presente paper apunta a revelar la existencia de un sofisticado régimen capaz de cooptar cada palabra crítica y de presentar siempre a Israel como un régimen democrático e ilustrado, una víctima de la violencia palestina. Se denuncia que la incapacidad de crear un lenguaje crítico es uno de los obstáculos para desarrollar una resistencia eficaz contra el régimen.
Palabras clave: Sionismo. Ocupación israelí. Resistencia palestina. Conflicto israelí–palestino.
En agosto de 1967, dos meses después de que Israel expandiera sus fronteras durante la guerra árabe–israelí, los líderes del entonces gobernante Partido Laborista mantuvieron una interesante discusión acerca del futuro control sobre los territorios recientemente conquistados, a los que se referían como “los territorios administrados”. El Primer Ministro Levi Eshkol le dijo a la Ministra de Relaciones Exteriores Golda Meir que él entendía que “ella estaba complacida con la dote pero no con la novia”. La novia indeseada era el componente humano de la reciente conquista: los palestinos. “Por cierto éste es el caso” respondió Meir, “¿pero has visto alguna vez que alguien reciba la dote sin la novia?... Sin embargo, es lo que todos nosotros queremos. No me gustaría otra cosa que recibir la dote y que alguien más reciba a la novia…Pero las dos cosas van de la mano” (Beilin 1985, 46).Así es como Israel lidia con los palestinos; intenta separar a la novia de su dote, forzar una relación sobre la novia, y apropiarse ilegalmente de su dote fuera del matrimonio. La ilegalidad de las acciones de Israel está estructurada en la relación del estado con los palestinos. No ha habido boda alguna, y no hay planes de casamiento. Esta es la cosa sin nombre: el proceso continuo de robar la dote por fuera del matrimonio y de esconder la acción ilegal al presentarla como provisional. Durante este proceso, la novia es despojada de su dote, sus movimientos son restringidos, es encarcelada para impedir que interfiera, y su resistencia contra las acciones de su marido abusador es retratada públicamente como agresión[2]. ¿Cómo podemos llamar a este proceso? Frente a la ausencia de una terminología más adecuada, voy a referirme a ello como a la Cosa Sin Nombre. El hecho de que no contemos con palabras para definir la relación entre Israel y Palestina es el principal problema político que enfrentan los opositores a la opresión de Israel sobre los palestinos. La ausencia de palabras indica que no existe ni un consenso respecto al significado del proceso ni tampoco sobre la lucha contra ese proceso. ¿Cómo es posible oponerse a algo que ni siquiera tiene un nombre? ¿Cómo es posible comprenderlo y modificarlo?
El lenguaje crítico necesita ser capaz de designar significados, determinar responsabilidades y rectificar las injusticias. Sin embargo, cada palabra subversiva que expone y condena la intención y el significado de las acciones de Israel en el contexto palestino es esterilizada, arrancada de su contexto político y despojada de su verdadero significado en el momento en que emerge. Las palabras que utilizamos encubren el proceso en curso del robo de la dote, el silenciamiento y la humillación de la novia, y la destrucción de su futuro. El deseo de la novia de quedarse con su propiedad no se considera como algo dado, y sus protestas son descriptas como agresivas e injustas. No poseemos palabras para describir este proceso complejo, inconciente y sofisticado. Todas nuestras palabras se vuelven cómplices del encubrimiento y esto, a su vez, nos hace cómplices del encubrimiento. La Cosa Sin Nombre co-opta a la oposición israelí. Cada acto de resistencia política se convierte en una expresión de la “ilustrada democracia israelí”, y estos mismos esfuerzos de resistencia son los que finalmente ayudan a legitimar a la Cosa Sin Nombre.No poseemos palabras para criticar este proceso de humillación y robo, en el cual Israel se presenta a sí mismo como la víctima y a la novia como el agresor violento, incivilizado e irracional. Israel se describe a sí mismo como una democracia ilustrada –“la única democracia en el Medio Oriente”– y considera que “ellos” poseen un régimen tiránico, corrupto y violento que apunta a dañar a los judíos y a arrojarlos al mar sin ninguna razón. Según esta dicotomía geográfica, “aquí” está la democracia y “allí” la ley militar. Sin embargo, en la realidad, la línea imaginaria entre ambos es cruzada una y otra vez[3]. A ambos lados de la frontera, los judíos detentan privilegios y a los palestinos se les niega la igualdad de derechos. El estado, no obstante, distingue entre el status de los ciudadanos palestinos de Israel y el de los palestinos de la Ribera Occidental, el de los de la Franja de Gaza (desde 2005), y el de aquellos que viven como refugiados en áreas fuera del control israelí (desde 1948). Estas divisiones y clasificaciones le permiten a Israel desmembrar al pueblo palestino y presentarse a sí mismo como carente de un interlocutor para entablar un diálogo que tenga por objeto contener la violencia y negociar una solución política. Los judíos del lado “democrático” de la frontera se benefician con la desposesión de los palestinos y son convocados por la misma democracia para servir en las fuerzas armadas fuera de las fronteras israelíes con el objeto de “defender” la ocupación. La ilusión de la frontera mantiene la ilusión de Israel en tanto estado democrático. Esta es, sin embargo, una “democracia imaginaria[4]”. Después de todo, si no fuera por la frontera, nadie jamás habría soñado en reivindicar que el régimen que gobierna el área bajo control israelí es democrático.“Desconexión” de la Gaza “Ocupada”La Cosa Sin Nombre no es exactamente “apartheid”, pero tampoco es “ocupación”. Estos dos términos son ampliamente empleados en los esfuerzos por condenar al control israelí y a la discriminación racial, pero ninguno de ellos comprende satisfactoriamente, describe o analiza el fenómeno en toda su extensión. Por esta razón, los términos fracasan a la hora de trazar un sendero para luchar contra ella. No es un apartheid, en el cual un grupo particular es marcado, separado y despojado de sus derechos colectivos. En estos casos, el objetivo político de la resistencia es claro y consensuado: un hombre–un voto, más precisamente, el desmantelamiento del régimen racista y la consecución de la igualdad de derechos y de la democracia. Pero la Cosa Sin Nombre distingue entre diferentes grupos de palestinos, algunos de los cuales se encuentran en condiciones más favorables que el apartheid. Estos son los palestinos ciudadanos de Israel, cuyos limitados derechos civiles y políticos les permiten avanzar hacia demandas democráticas por una completa igualdad. Cada uno de los otros grupos palestinos tiene diferentes demandas provenientes de sus distintas condiciones: aquellos que viven fuera de las fronteras del control israelí reclaman el derecho al retorno; aquellos que viven bajo un régimen militar reclaman independencia para conformar un estado; y aquellos prisioneros dentro de la Franja de Gaza demandan control sobre sus fronteras. Esta división y desmembramiento del pueblo palestino en subgrupos le impide llevar a cabo una lucha nacional unificada por la independencia. También priva a los ciudadanos judíos de Israel de apoyar su lucha, tal como hicieron muchos ciudadanos blancos de Sudáfrica.
La Cosa Sin Nombre no es exactamente una ocupación, de acuerdo con el significado admisible del término. Un Régimen de Ocupación es el resultado de una guerra y, según la legislación internacional, se define como temporal. Si estuviera claro que éste es un caso de ocupación beligerante, la comunidad internacional estaría obligada a llevar a los líderes del gobierno israelí a juicio, ya que la mayoría de sus acciones están prohibidas por la legislación internacional. Esto es cierto respecto al establecimiento de los asentamientos; el castigo colectivo; las demoliciones de casas; las restricciones para el desplazamiento; la construcción del muro de separación; y el asesinato de civiles y líderes políticos[5]. Si tanto la opinión pública internacional como la israelí vieran al control israelí sobre “los territorios” como una ocupación, entonces los actos de los palestinos precisarían ser considerados legítimos, y no actos de “terrorismo”. La Cosa Sin Nombre, que no es ni apartheid ni ocupación, paraliza y frustra todas las estrategias de resistencia –estrategias israelíes, estrategias palestinas, y la mayoría de las estrategias binacionales conjuntas[6]. La ausencia de una estrategia política de resistencia se ve reflejada en nuestra incapacidad de Nombrar la Cosa que es resistida. Lo opuesto también es cierto: la ausencia de un nombre hace más difícil el desarrollo de una estrategia política de resistencia. Desde 1967, la Cosa Sin Nombre se refiere a sí misma como un “Estado Judío y Democrático”[7]. Dentro del marco de este estado, la novia no sólo es indeseada, sino también peligrosa: después de todo, ella está ahora embarazada y presenta una “amenaza demográfica”. Es sorprendente, sin embargo, que aquellos judíos israelíes que se consideran a sí mismos como parte del “campo de la paz” hablen del mismo modo, en términos de amenaza demográfica, adoptando así el lenguaje de Levy Eshkol y Golda Meir respecto a la novia indeseada. Mientras este sea el lenguaje que empleen los partidarios israelíes del proceso de paz, no habrá ninguna chance de forjar una asociación política entre los judíos y los palestinos en la lucha por relaciones justas y equitativas, sea bajo la forma de un divorcio justo (la “solución de dos estados”) o de un matrimonio legal (la “solución de un estado”).
No hay palabras adecuadas. Esto es porque ellas siempre están desconectadas de su contexto político e histórico y sirven para ocultar la opresión de la novia y el robo de su dote. Consideremos, por ejemplo, el término “estado palestino”. En el momento en que el Primer Ministro Ariel Sharon aceptó la Hoja de Ruta y anunció su apoyo al establecimiento de un estado palestino, quedó claro que este estado se había convertido también en un medio para seguir camuflando el continuo robo de la dote. El significado político de la estatalidad es la soberanía sobre el territorio y un ejército capaz de defenderlo (Tilly 1992; Weber 1964). Nadie, sin embargo, le está ofreciendo a los palestinos un estado de acuerdo a esta definición del término.
Las palabras tienen poder. Movilizan gente y crean realidad, emociones e identificaciones. No obstante, cuando ellas son castradas y sacadas fuera de contexto, debilitan, crean ilusiones y des-politizan. Consideremos por ejemplo, el poder de la palabra “desconexión”, la cual fue utilizada por las autoridades israelíes para referirse a la retirada de Israel de la Franja de Gaza. “Silencio–estamos desconectando”, dijeron en el 2005. No podemos hablar de nada –ni de cuestiones políticas, especialmente de la desconexión en sí, ni de su naturaleza unilateral, o del desastre que probablemente ocurra si no se lleva a cabo dentro del marco de un acuerdo con el régimen del otro lado de la frontera[8]. Cuando Ariel Sharon comenzó a hablar en la lengua de aquellos que se conocen como “los oponentes de la ocupación”, los cooptó, haciéndolos parte del campo pro–desconexión, y él se transformó así en “un hombre del campo de la paz”. Sharon comenzó a utilizar muchas “palabras de paz” y sus sucesores Olmert y Livni lo siguieron en esa misma tradición: “estado palestino”, “retirada”, “evacuación de los asentamientos”, “asentamientos ilegales” y “paz”. Sharon anunció que “la ocupación es mala para Israel” y sus palabras fueron automáticamente adoptadas como evidencia de que el campo de la paz estaba en lo cierto, sin examinar el significado de la palabra “ocupación”. Luego quedó claro que su objetivo era controlarlos desde fuera, creando guetos gigantes y monitoreando de cerca todas las entradas y salidas. Y el “campo de la paz”, que apoyaba la desconexión, apoyó más tarde el bombardeo de Gaza y el asesinato de ciudadanos palestinos. El plan de desconexión atrapó a partidarios de la paz y a oponentes de la ocupación en la pegajosa telaraña de la des-contextualización de la palabra y de la constante des-politización y encubrimiento de los actos de robo y humillación de Israel. El entusiasmo producido por las declaraciones de Sharon y por el plan de desconexión ilustró las dificultades estructurales implicadas en la resistencia a este régimen evasivo, en tanto no tenga nombre –es decir, mientras seamos incapaces de definir apropiadamente al régimen dominante y al enemigo político. Sin un nombre, no podemos definir quiénes somos “nosotros” ni quiénes son “ellos”. Resulta imposible movilizar participantes para una lucha o deslegitimar con éxito algo que ni siquiera podemos llamar por su nombre.Este régimen deja a los palestinos sin estrategias de resistencia efectivas y legítimas. Su uso de la violencia es considerado como evidencia de que quieren asesinarnos. Ese uso es nombrado como “terrorismo”, y la guerra contra él resulta así retratada como legítima. Cuando ellos intentan trabajar diplomáticamente y evitar la violencia, el robo continúa ininterrumpidamente y las negociaciones devienen en un “proceso” sin fin. Esto es lo que sucedió en los siete años de la “paz imaginaria” (1993-2000) durante los cuales el gobierno israelí duplicó la población de colonos en los territorios, construyó “carreteras de circunvalación[9]” para asegurar el movimiento de los colonos y fragmentó a la población palestina de la Ribera Occidental en cientos de asentamientos aislados[10]. La frontera imaginaria también frustra todas las estrategias palestinas: cuando ellos operan violentamente dentro de la línea verde, esto prueba que quieren “arrojarnos al mar” y que “no tenemos a nadie con quien hablar”. El asesinato de colonos dentro de los territorios ocupados, sin embargo, no perturba demasiado a la mayoría de los israelíes que viven dentro de las fronteras soberanas de Israel. Esto es porque se considera que tales actos suceden “allí” y dañan a “ellos” –“los colonos”– que son vistos como aquellos que tientan al destino y que corren un riesgo sólo por vivir “allí”. En otras palabras, porque los israelíes imaginan al estado de Israel como democrático y soberano dentro de sus fronteras previas a 1967, los ataques dentro de estas fronteras son vistos como agresión palestina que requiere una respuesta. Parte del problema estriba en la ilusión de que en realidad existe una frontera, y que los judíos israelíes que viven dentro de las fronteras soberanas de Israel de algún modo no forman parte del crimen cometido “allí”, en “los territorios”.Imaginario Académico e Irrelevancia PolíticaEn un esfuerzo por librarnos del abrazo de oso del régimen que nos transforma en complices de su crimen, muchos académicos han sugerido nuevas palabras y conceptos. Dos ejemplos destacados son el término “Etnocracia” de Yiftachel (2006) y el término “politicidio” de Kimmerling (2003). Ophir (2004) y Azoulay (2004) se han referido a “el Campo” como a una máquina para “purificación postergada”. Además, Hanafi (2009) habla de “espacio-cidio[11]”. Salah Abdel-Jawad utiliza el término “socio-cidio” (Abdel-Jawad, paper inédito, “Sociocide: A New Concept to Explain the Zionist and Israeli Policy toward the Palestinian People”), y Ghanim (2008) ha sugerido el término thánato-política. Shenhav (2007) ha cuestionado totalmente la existencia de la línea verde, arguyendo que “la ocupación no se detiene en los puestos de control carretero[12]”. Raz-Karkotzkin (2007) ha propuesto una perspectiva “bi-nacional”, aunque reconoce que esto no refiere a un programa político sino a una conciencia alternativa. Los periodistas también se han sumado al esfuerzo de “nombrar”: Eldar (2003), por ejemplo, ha acuñado el término “Bantustina” para destacar el establecimiento de Bantustanes en Palestina. Finalmente, mi propio trabajo académico me ha llevado a proponer términos tales como “democracia imaginaria”, “paz imaginaria” y “democracia de ocupación"[13].
Todos estos esfuerzos han sido influidos por las teorías post-modernas y post-coloniales que han florecido en Israel desde los años noventa. Sin embargo, a pesar de que estas teorías se enfocan fundamentalmente en la crítica de palabras, lenguaje y discurso, ellas también fracasaron en la tarea de liberarnos de nuestra crisis de palabras. Somos nosotros quienes en realidad estamos llevando a cabo un proceso de “desconexión”, porque nos estamos encerrando en la torre de marfil de las palabras complejas, dentro de una comunidad de académicos pequeña, íntima y condescendiente. Todos los intentos de desarrollar un vocabulario que sea capaz de analizar y condenar simultáneamente comienzan y terminan como proyectos académicos de individuos que publican artículos para su propia promoción profesional. Estos conceptos no penetran el discurso público, sino más bien permanecen desconectados, atrapados dentro de la comunidad académica.
Nuestros intentos de crear un vocabulario provienen de la crisis de palabras que enfrenta la oposición a la ocupación. He aquí un ejemplo: acabo de usar la palabra “ocupación” y al hacer eso recreé la ilusión de una frontera. Me he apartado a mí mismo de “allí” e involuntariamente me transformé en un cómplice con en el engaño del “plan de desconexión” y de la Cosa Sin Nombre. Todas las palabras que nosotros proponemos son castradas y silenciadas y fracasan al intentar emerger como parte de un lenguaje común con significado colectivo, público y político. Términos tales como “colonialismo”, “colonización” y “sionismo” son también incapaces de explicar, describir, o desafiar la compleja realidad de la situación.
Este no es exactamente un caso de colonialismo, porque no hay un proyecto civilizatorio. Israel no pretende “modernizar” a los palestinos y no los está convirtiendo ni los está transformando en buenos ciudadanos. En contraste con los regímenes coloniales que intentan sacar provecho de su control sobre regiones distantes, Israel no invierte “allí” en rutas o infraestructura para la “población local” ni establece “allí” empresas que complementen la economía israelí. En realidad, sucede todo lo contrario. Israel destruye infraestructura, edificios y fábricas. Sin embargo, la primera y principal diferencia entre la Cosa Sin Nombre y el colonialismo radica en el hecho de que Israel no se encuentra separado de los “territorios” ni por el mar ni por fronteras. Más aún, no existen aparatos estatales separados que oficien como un dispositivo de control colonial. Por ende, no hay nada que facilite una lucha anti-colonial dirigida a la expulsión de los gobernantes extranjeros, a la descolonización y a la creación de una situación post-colonial.Tampoco es un caso de “colonización”, en la medida en que no hay un completo desplazamiento de la población palestina como en Australia; no hay asesinato en masa, como fue el caso de Estados Unidos; ni tampoco existe una incorporación de la población local a través de la subordinación a los aparatos estatales creados por los colonos, como en el norte y el sur de África y en América del Sur y en América Central. Si las cosas hubieran tomado ese curso, habría sido posible luchar por la democracia y por la igualdad de derechos con los colonos europeos, como en Sudáfrica, o por la independencia y la expulsión de los colonos, como en Argelia. El emborronamiento de la frontera y la división de los palestinos en subgrupos son las características salientes de la Cosa Sin Nombre que impide la lucha por la liberación, por lo que resulta que no hay sólo un régimen al cual oponerse[14].Tampoco es un caso de sionismo. El uso del término “sionista” es un claro reflejo de la crisis de palabras que enfrentamos. El concepto sionismo ha devenido en un fetiche, una especie de clave de acceso proferida por muchos con el objeto de expresar el deseo de hacernos zafar de nuestra co-optación a manos de las palabras y de la Cosa Sin Nombre. El uso crítico de la palabra sionismo expresa un deseo legítimo de no pertenecer a la colectividad ladrona que está abusando de la novia. Sin embargo, la palabra sionismo tampoco describe eficazmente la situación. Además, a los ojos de la mayoría de la población israelí que se considera como sionista y que entiende al sionismo como patriotismo y a la negación del sionismo como la negación de la existencia del estado y de su derecho a la existencia colectiva, el término “sionismo” no expresa suficientemente una condena efectiva. Siempre que carecemos de un término, podemos utilizar la palabra sionismo y eso nos da la sensación que hemos dicho algo con sentido. En realidad, sin embargo, no hemos dicho nada. A fin de cuentas, el deseo de los colonos judíos de establecer una comunidad nacional en Eretz Israel (Palestina) no debió haber llevado teleológicamente hacia la forma monstruosa que detenta actualmente, la Cosa Sin Nombre. Los primeros líderes sionistas nunca habían soñado que su empresa pudiera llevar a cuatro décadas de gobierno militar, al asesinato de líderes políticos desde el aire y al bombardeo de la población civil sobre la base de la “defensa propia”. La Cosa Sin Nombre es un fenómeno histórico concreto, el resultado de una secuencia peculiar de eventos incomparables que nos ha traído hasta el presente. Por lo tanto, cuando llamamos a la Cosa Sin Nombre con el Nombre “sionismo”, otra vez la sacamos de su contexto histórico y político, la des-politizamos y la desconectamos del discurso público. El uso de la palabra sionismo es, por lo tanto, un intento más de escapar a la crisis de palabras. “La Izquierda” y la “Paz”Hubo un tiempo en que esta Cosa tuvo un nombre. Se llamaba “movimiento de colonización de trabajadores” (MCT, en hebreo tnuat ha-hityashvut ha-`ovedet) –una extraña mezcla de colonización y de construcción de un estado nacional llevada adelante en nombre del socialismo. Hasta 1948, el MCT fue la fuerza dominante en el movimiento sionista. Como tal, él le dio forma a la estrategia de colonozación segregadora, a través de la cual los colonos judíos aspiraban a controlar “el máximo territorio posible con el mínimo número de árabes[15]”. Fue la colonización de trabajadores la que intentó despojar a la novia de su dote incluso antes de 1948, y fue también la que le robó a la novia la dote que quedó luego de la Nakba. Los industriales, los dueños de plantaciones de cítricos y los burgueses urbanos no aspiraban a lograr una separación total entre judíos y árabes, porque procuraban mano de obra barata (Shapira 1977). Lo mismo era cierto respecto al movimiento nacionalista Revisionista, no por este motivo, sino porque ellos pretendían gobernar sobre ambas orillas del río Jordán (incluyendo la Jordania actual) y para este fin deseaban concederle a la novia los derechos mínimos de la “autonomía cultural[16]”. Existían también los partidarios del “sionismo espiritual” –como Ehad Ha’am, Martin Buber y Yehuda Leib Magnes– quienes creían que no era el estado en sí lo que resultaba importante, sino la comunidad cultural que éste albergaba (Heller 2003). Todos estos grupos se oponían a la metáfora de Eshkol y Golda, que guiaba la estrategia del movimiento de asentamiento obrero basada en el deseo de que “otro” tomara a la novia y que “nosotros” retengamos la dote.Después de 1967, Moshe Dayan sugirió resolver el dilema de Eshkol y Golda por medio de una “división funcional” de la Ribera Occidental: el ejército israelí controlaría el área, mientras que la monarquía jordana controlaría al pueblo (sólo a los palestinos, por supuesto; el ejército israelí “defendería” a los colonos israelíes). Históricamente, el periodo que siguió a 1967 atestiguó la emergencia de una compleja situación que separó al movimiento laborista y a sus partidarios, los europeos de clase media dentro de “las fronteras soberanas de Israel”, de los colonos nacionalistas-religiosos ubicados en los territorios, quienes se comprometieron a continuar la estrategia de colonización del MCT. De esta manera, el MCT sufrió una metamorfosis: sus herederos biológicos pasaron a ser denominados como “la izquierda”, mientras que aquellos que continuaban sus prácticas colonizadoras pasaron a ser conocidos como “la derecha”. Esta confusión conceptual ha resultado en una des-politización y les ha facilitado a aquellos ahora conocidos como “la izquierda” que se libren de la responsabilidad sobre lo que los colonos de “la derecha” le están haciendo a los palestinos “allí”, cruzando la frontera del “estado” “democrático”. Por lo tanto, “nosotros” no somos los “colonos ocupantes” –“ellos” lo son[17]. Luego de que el Likud llegó al poder en 1977, otra palabra fue transformada dramáticamente: “paz”. Menachem Beguin firmó un tratado de paz con el presidente egipcio Anwar Sadat. Además del acuerdo respecto a la devolución de la península del Sinaí a cambio de paz, los dos países también se pusieron de acuerdo sobre el proceso que teóricamente iba a conducir hacia la paz con los palestinos. Según este acuerdo, se establecería la “autonomía palestina” en los “territorios” que serían administrados por un consejo electo. El consejo negociaría con el gobierno israelí un convenio sobre el status permanente que sería alcanzado en el plazo de cinco años. Desde el acuerdo de paz con Egipto, el término “proceso de paz” ha sido utilizado para referirse al permanente control militar sobre los palestinos, al robo de sus tierras y a la deslegitimación de su resistencia.La asociación habitual entre las palabras “izquierda” y “paz” es falsa y engañosa. En el contexto israelí, la “izquierda” no es un concepto político sino una representación cultural de la comunidad Sabra, a saber, descendientes de los immigrantes europeos que nacieron en el pais.[18] La “paz imaginaria” del “gobierno de izquierda” (1992-1996) resultó de hecho en la duplicación de la construcción de colonias, la construcción de “asentamientos ilegales” y la escisión de la tierra a través de las carreteras de circunvalación, controles carreteros y el muro de separación. La paz imaginaria es lo que llevó a la “izquierda” al reclamo de la construcción del “muro de separación” y a la “desconexión” unilateral de Gaza. Al mismo tiempo, la izquierda ignoró por completo a la ruta del muro y al destino de los palestinos en la Franja de Gaza y en la Ribera Occidental, es decir a los guetos establecidos más allá de los cercos.Genocidio SimbólicoNuestra crisis de palabras se volvió crítica en el contexto de la represión de la Segunda Intifada y de la casi completa ausencia de crítica y protesta de parte de la “izquierda” israelí. La ausencia de un amplio movimiento político, opositor al uso desproporcionado de la violencia a manos de Israel y la ausencia de una meta común entre los opositores a la represión, nos ha sacado de la esfera pública y nos ha impedido hablar en público. Nuestra escasez de palabras nos silenció y paralizó. El silenciamiento impide no sólo nuestra existencia en la esfera pública sino también la existencia de una comunidad política que se oponga a las políticas israelíes. Ya sea en tanto individuos o como grupos de activistas, tenemos palabras para comunicarnos internamente, pero no existimos como un movimiento con una voz crítica propia. Nosotros no existimos como una entidad política que desafía al status quo y que propone una forma alternativa de pensamiento.
Luego de la ocupación por parte de Israel de las ciudades de la Ribera Occidental y del asesinato de cientos de palestinos en abril de 2002, un grupo de activistas, intelectuales y artistas se reunieron en un teatro de Tel Aviv para protestar contra los horrorosos actos israelíes. No obstante, a pesar de que se profirieron muchos discursos, el participante más impresionante fue el actor y director Muhammad Bakri. Bakri se paró sobre el escenario en silencio durante cinco minutos, como si tratara de decir algo pero en realidad sin decir nada, hasta que finalmente pronunció las siguientes palabras en hebreo: “Bendito seas Señor, que no me hiciste judío[19]”. En efecto, en nombre de la protección de los judíos, el gobierno israelí lleva a cabo actos atroces que no tienen absolutamente nada que ver con el judaísmo. ¿Cómo se llama eso? ¿Cómo podemos explicarlo y entenderlo? ¿Cómo podemos condenarlo? La crisis de palabras de los judíos es clara. Bakri también carece de palabras, pero al menos él pudo despojarse de la responsabilidad de las acciones de su país –Israel– contra su pueblo, los palestinos. Durante un período de tres años publiqué artículos en el extranjero criticando y condenando la represión israelí, pero ellos fueron ignorados en Israel[20]. Esto fue así hasta la publicación de un artículo en Bélgica condenando a Israel por el asesinato de Sheikh Yassin. Mi artículo hizo estallar una respuesta particularmente furiosa debido a su introducción de un par de palabras que no podían ser co-optadas –“genocidio simbólico” (Grinberg 2004). Las respuestas agresivas que recibí me suministraron de primera mano el gusto de la violencia paralizante y acalladora[21]. Mis atacantes tergiversaron mis palabras, mientras que mis defensores argumentaron que yo tuve el derecho de expresarme. Al mismo tiempo, aquellos cercanos a mí declararon que estaban de acuerdo con mis posiciones políticas. Sin embargo, el resultado de la respuesta acalladora a mi artículo fue que nadie le prestó ninguna atención a su contenido. ¿Por qué mis palabras causaron semejante tormenta? ¿Por qué tuve que ser silenciado? Me parece que mucha gente se indignó por mi exposición del vínculo entre la humillación y la desposesión de los palestinos, y la habilidad de cometer asesinato como si fuera un acto de legítima autodefensa en el cual Israel era la víctima. Los actos de robo y humillación de Israel dañan al colectivo palestino, su sentido del orgullo y su sentimiento nacional. También encienden los reclamos de restauración de los derechos de la novia encarcelada. La victimización de Israel y la proyección de su propia imagen como la de un país que actúa en defensa propia tiene sus raíces en un momento y en un lugar diferentes: la Europa de los años cuarenta. De este modo, se amputa a la opresión de su contexto político inmediato.
Desde octubre de 2000, el genocidio simbólico se ha vuelto la característica más prominente de la Cosa Sin Nombre. Desde mi punto de vista, el término genocidio simbólico alude a todos los tipos de ataques contra los objetos que simbolizan a un pueblo y que le proporcionan un significado y una esperanza para el futuro: elementos tales como la tierra, la comunidad, los niños, la juventud, manifestaciones, la protesta, los activistas y los líderes. Es un intento de privar a la novia de toda esperanza de casarse honrosamente y de forjar una relación basada en la igualdad, o bien de obtener un divorcio justo y de recuperar su dote. Una esperanza tal fue creada por los acuerdos de Oslo, los cuales por primera vez nos permitieron imaginar de manera realista un estado palestino dentro de las fronteras de 1967. Sin embargo, la réplica de Binyamin Netanyahu a esta esperanza fue bajar las expectativas palestinas. El genocidio simbólico alude al esfuerzo en marcha desde octubre de 2000 para crear desesperación en el pueblo palestino y para convencerlos de que jamás podrán librarse del control de su marido indeseado e ilegal, que los golpea y les roba su propiedad. Moshe Yaalon fue el Jefe del Estado Mayor de Israel entre 2002 y 2005, durante la represión de la Segunda Intifada, y en calidad de tal encabezó el mecanismo generador del vocabulario lavado empleado por el régimen israelí. Según él, el objetivo de la represión fue “quemar la conciencia palestina[22]”. Yo llamo a este intento de “quemar la conciencia palestina” un genocidio simbólico. Luego de que Israel fracasó en “quemar la conciencia palestina” y sacó a sus fuerzas y colonos de Gaza en 2005, intentó “quemar la conciencia de Hezbollah” en el verano de 2006, y luego del fracaso en el Líbano, intentó “quemar la conciencia del Hamas” en Gaza, a lo cual me refiero como el “Enero Negro” de 2009[23]. Las palabras “genocidio simbólico” provocaron respuestas tan extremas porque tocaron uno de los nervios más sensibles de la sociedad israelí: el nervio que es la fuente de la legitimidad de la Cosa Sin Nombre. La fuente de legitimidad para robarle a la novia y acusarla de agresión no es simplemente colonial o imperial y no proviene tampoco de la arrogancia del hombre blanco sobre el resto o de la sensación de superioridad de occidente sobre oriente. Más bien, lo que legitima a la Cosa Sin Nombre según el punto de vista de Israel es el hecho de que nosotros, las víctimas del Holocausto, somos la suprema víctima a-histórica de la historia humana a través de las generaciones. Para ser claros, los judíos fueron una de las víctimas más graves de la Europa ilustrada y del nacionalismo cristiano (secundados sólo por los pueblos nativos del continente americano) y su intolerancia hacia la alteridad. La Cosa Sin Nombre describe a los palestinos como parte del fenómeno a-histórico de persecución a los judíos simplemente porque son judíos, y de este modo niegan sus derechos colectivos y los proyectan como una amenaza.
No es sionismo y no es algo que existió en la década de 1930 o de 1950. Es algo duro y crudo, inventado y manipulado por el Primer Ministro Menachem Beguin con el objeto de legitimar la impopular primera guerra del Líbano, cuando comparó a Arafat escondiéndose en su búnker en Beirut con Hitler en Berlín. Esto devino en el mito que le permitió a la identidad israelí, que estaba desmoronándose luego del estallido de la segunda Intifada hacia finales del 2000, volver a cristalizarse[24]. De acuerdo con el mito religioso, “en cada generación se alzan para aniquilarnos”. A pesar de que el significado moderno y actual de esta aniquilación es el anti-semitismo y el Holocausto, los reclamos palestinos son entendidos como intentos de exterminar a la colectividad judía. Es así como los reclamos de los refugiados palestinos son representados. Lo mismo sucede con el reclamo de los ciudadanos palestinos de Israel por un estado democrático (“un estado de todos sus ciudadanos”), así como con el reclamo de aquellos palestinos que viven bajo el régimen militar por un estado palestino independiente sobre el 22% de la dote, con su propio ejército para defenderse.A través del empleo del discurso del Holocausto y de describirse a sí mismo como una víctima, Israel niega la crítica internacional sobre sus políticas y desestima tales críticas como una expresión de anti-semitismo. Este no es el resultado de un sentimiento de superioridad colonial, pero sí de una combinación de cínica manipulación propagandística y de un trauma nacional real que sirve para borrar a la novia, para retratarla como homicida y para justificar que abusamos de ella. Esto nos permite pronunciar el deseo de que ella simplemente desaparezca (en las palabras de Yitzhak Rabin, “Que Gaza sea tragada por el mar”) o que alguien más se la lleve (un administrador egipcio de la Franja de Gaza). Este es un malestar incorporado al futuro: el miedo a la aniquilación colectiva del pueblo judío traducido a un consenso nacional, tanto de “izquierda” como de “derecha”, en el que los palestinos constituyen la “amenaza demográfica”. La mayoría de los judíos israelíes no tienen la intención de vivir codo a codo con la novia en una relación basada en la igualdad, y por ello son incapaces de vivir en Israel–Palestina sin vivir en conflicto. La incapacidad de reconciliarnos con el pasado judío y con la terrible pérdida de Europa nos impide mirar la situación con pragmatismo político y concentrarnos en el presente y en el futuro. No estamos “aquí” (Eretz Israel–Palestina) ni tampoco “allí” (Europa), o estamos en ambos lugares al mismo tiempo. Esta es la naturaleza a-política del lenguaje israelí –su desconexión del espacio y del tiempo.La inmigración a Eretz Israel y la creencia en el derecho a robar a la novia su dote están intrínsecamente vinculadas a la sensación colectiva de pérdida en otro lugar y al miedo a la aniquilación. Tales sentimientos no emergieron en 1967. Más bien, emergieron con el nacimiento del nacionalismo anti-semita en Europa y se convirtieron en un trauma nacional durante la Segunda Guerra Mundial. Netiva Ben-Yehuda, escritora y guerrera del Palmaj (1981, 181), proporcionó una clara expresión acerca de la confusión entre “aquí” y “allí” en su artículo sobre la guerra de 1948: “Cuando nosotros apuntamos nuestros fusiles sobre los árabes, jalamos los gatillos y matamos a los nazis”. El sentido de la auto-justificación y el vínculo entre la tragedia judía y la injusticia sufrida por los palestinos fue reflejado en una propuesta de la conducción del Mapai al gobierno alemán durante los años cincuenta. La propuesta sugería que los alemanes paguen una compensación no sólo a los sobrevivientes del Holocausto sino también a los refugiados palestinos (Lustick 2005). La mayoría de los israelíes ven al Holocausto como la fuente de legitimidad del establecimiento del estado de Israel, así como también del robo actual, eterno y a-histórico de la dote de la novia. Es la responsabilidad de los nazis alemanes y de la Europa anti-semita, sigue el argumento, no la “nuestra”. Nosotros somos las víctimas. Por esta razón, Europa no puede criticar las acciones de Israel porque ella es la fuente del anti-semitismo. Cuando Europa se atreve a criticar a Israel, eso significa que ella continúa siendo anti-semita.¿Cómo podemos contar esta historia? ¿Cómo la desmontamos? ¿Cómo podemos hablar de ella sin ser inmediata y agresivamente silenciados? ¿Cómo podemos traer a los judíos de Eretz Israel-Palestina de vuelta a la realidad, aquí y ahora, a la política concreta? ¿Cómo podemos extraerlos de su guerra a-histórica en contra de aquellos que quieren dañarlos? No hay respuestas ciertas para estas preguntas, pero está claro que debe ser un proyecto colectivo intelectual, académico y político al mismo tiempo. Separar a los académicos de la política aleja al pensamiento crítico del debate político, volviéndolo poco realista, introspectivo y carente de influencia. La tarea de crear un lenguaje crítico es la de conectar, no la de desconectar.Palabras que conectanLa dificultad de nombrar a la Cosa Sin Nombre radica en nuestra incapacidad de encontrar un término que incluya tanto al acto de robarle a la novia como a la descripción del marido abusador como víctima de su resistencia. Todos los términos críticos que nosotros los académicos inventamos (etnocracia, politicidio, campo, sociocidio, espaciocidio, Bantustina, democracia de ocupación) o que tomamos prestados de la esfera política (ocupación, colonialismo, sionismo, paz, estado palestino, línea verde, militarismo, colonización, apartheid) son sólo parcialmente adecuados, y no vinculan eficazmente a la descripción de la Cosa Sin Nombre con el análisis y la condena. Ellos son incapaces de articular una posición política crítica que defina la lucha y que cree una identidad colectiva de resistencia. Son fácilmente neutralizados al probar que son “incorrectos” o al usarlos fuera de contexto.De hecho, los términos que nos permiten hablar de manera más satisfactoria sobre la situación son términos árabes generados durante la lucha palestina: Intifada, Nakba, Tahadiya, Hudna. Estas son palabras que ninguna fuerza militar ha conseguido sofocar, que ningún político ha podido co-optar y que ningún medio de comunicación pudo ignorar. Estos términos se vuelven más poderosos cuando los judíos hebreo-parlantes los usan, y éste es el motivo por el cual los académicos y los activistas políticos comenzaron a utilizar términos árabes. Ta’ayush (convivencia), Tarabut (conexiones[25]). El uso de la terminología de la lucha palestina conecta a judíos y árabes y transforma al bi-nacionalismo en una estrategia política.Mi modesta contribución a la lucha, interpretada como tal retrospectivamente desde mi discurso espontáneo, es la propuesta de un vínculo adicional –un vínculo entre el horror y la frustración experimentada por los judíos de Europa y sus acciones en Eretz Israel–Palestina. De este modo, el término genocidio, que refiere a un acontecimiento en un lugar y en un tiempo distintos, se vuelve simbólico cuando es realizado dentro de la realidad del conflicto israelí–palestino. El gueto judío que sirvió para separar y marcar a los judíos en Europa sirve en el presente para separar, marcar, humillar y controlar a los palestinos aquí y ahora: el gueto de Gaza, el gueto de Ramallah, el gueto de Hebrón y los muros del gueto palestino. Pareciera que, para liberar el gueto palestino, es también necesario hacer salir a los judíos de los guetos europeos, de los cuales todavía necesitan ser completamente liberados.Referencias Bibliográficas- Azoulay, A. (2004). “On the Verge of the Catastrophe,” Paper inédito presentado en la conferencia Van Leer: “The Politics of Humanitarianism in the Occupied Territories”, 20 y 21 Abril de 2004.- Azoulay, A., & Adi, O. (2008). This regime which is not one: occupation and democracy between the sea and the river (1967–). Tel Aviv: Resling.- Beilin,Y. (1985). El precio de la unidad: El partido laborista hasta la guerra de Yom Kippur. Revivim, Ramat Gan [en hebreo].- Ben-Yehuda, Netiva. 1981. 1948: Entre calendarios. Keter, Jerusalén [en hebreo].- Eldar, A. (2003). “Camino a Bantustina” Haaretz, 17 de noviembre de 2008 [en hebreo].- Feige, Michael. 2002. Las Dos Riberas del Mapa: Gush Emunim, Paz Ahora y la configuración del espacio en Israel. Magnes, Jerusalén [en hebreo].- Ghanim, H. 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[1] “Speechlessness: In Search of Language to Resist the Israeli ‘Thing Without a name’”, publicado online el 21 de marzo de 2009, Springer Science + Business Media, LLC 2009. Estas ideas fueron presentadas por primera vez en la conferencia sobre “Colonialismo y Post–Colonialismo en Israel”, que se llevó a cabo en el Instituto Van Leer, Jerusalén, el 21 de marzo de 2005. Una versión previa fue publicada en hebreo bajo el título “La novia rechazada, la miseria del lenguaje de resistencia contra la ocupación” en Theory and Criticism 27 (2005) pp. 187-196. La versión hebrea original fue escrita en el contexto de la desconexión israelí de Gaza, pero a la luz de la reciente ofensiva en la Franja de Gaza he decidido hacer las actualizaciones necesarias y publicarlo en Inglés. International Journal of Politics, Culture, and Society, Springer Holanda, Volumen 22, Number 1 / marzo de 2009, pp. 105-116.
[2] Neve Gordon (2007) también empleó la metáfora de Eshkol para referirse a la separación de los palestinos de sus tierras como un medio de control militar.
Aquí subo la traducción que saldrá publicada en el próximo número (23) de la revista Nombres del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Sin palabra: En busca de un lenguaje para resistir “la Cosa Sin Nombre” israelí[1].
Por Lev Luis GrinbergDepartamento de Sociología y Antropología, Universidad Ben Gurion del Neguev.
Traducción de Federico Donner
Abstract: Este escrito cuestiona las palabras utilizadas para criticar la represión israelí sobre los palestinos por su ineficacia en la lucha política y por ser críticamente insuficientes. Se argumenta que no hay siquiera una palabra disponible que comprenda el fenómeno de constante desposesión, represión violenta y de atribución de culpas a la resistencia palestina en tanto terrorismo. Los expertos no son capaces de sugerir un concepto comprehensivo que pueda de una vez describir, analizar y criticar el fenómeno, y se sirven de términos existentes pero inapropiados –como ocupación, apartheid, colonialismo y sionismo- o inventan nuevos vocablos como etnocracia, politicidio, Bantustán, espaciocidio, sociocidio, o genocidio simbólico. Todos estos conceptos son discutidos aquí; se argumenta que son parcialmente correctos, pero no totalmente adecuados. El presente paper apunta a revelar la existencia de un sofisticado régimen capaz de cooptar cada palabra crítica y de presentar siempre a Israel como un régimen democrático e ilustrado, una víctima de la violencia palestina. Se denuncia que la incapacidad de crear un lenguaje crítico es uno de los obstáculos para desarrollar una resistencia eficaz contra el régimen.
Palabras clave: Sionismo. Ocupación israelí. Resistencia palestina. Conflicto israelí–palestino.
En agosto de 1967, dos meses después de que Israel expandiera sus fronteras durante la guerra árabe–israelí, los líderes del entonces gobernante Partido Laborista mantuvieron una interesante discusión acerca del futuro control sobre los territorios recientemente conquistados, a los que se referían como “los territorios administrados”. El Primer Ministro Levi Eshkol le dijo a la Ministra de Relaciones Exteriores Golda Meir que él entendía que “ella estaba complacida con la dote pero no con la novia”. La novia indeseada era el componente humano de la reciente conquista: los palestinos. “Por cierto éste es el caso” respondió Meir, “¿pero has visto alguna vez que alguien reciba la dote sin la novia?... Sin embargo, es lo que todos nosotros queremos. No me gustaría otra cosa que recibir la dote y que alguien más reciba a la novia…Pero las dos cosas van de la mano” (Beilin 1985, 46).Así es como Israel lidia con los palestinos; intenta separar a la novia de su dote, forzar una relación sobre la novia, y apropiarse ilegalmente de su dote fuera del matrimonio. La ilegalidad de las acciones de Israel está estructurada en la relación del estado con los palestinos. No ha habido boda alguna, y no hay planes de casamiento. Esta es la cosa sin nombre: el proceso continuo de robar la dote por fuera del matrimonio y de esconder la acción ilegal al presentarla como provisional. Durante este proceso, la novia es despojada de su dote, sus movimientos son restringidos, es encarcelada para impedir que interfiera, y su resistencia contra las acciones de su marido abusador es retratada públicamente como agresión[2]. ¿Cómo podemos llamar a este proceso? Frente a la ausencia de una terminología más adecuada, voy a referirme a ello como a la Cosa Sin Nombre. El hecho de que no contemos con palabras para definir la relación entre Israel y Palestina es el principal problema político que enfrentan los opositores a la opresión de Israel sobre los palestinos. La ausencia de palabras indica que no existe ni un consenso respecto al significado del proceso ni tampoco sobre la lucha contra ese proceso. ¿Cómo es posible oponerse a algo que ni siquiera tiene un nombre? ¿Cómo es posible comprenderlo y modificarlo?
El lenguaje crítico necesita ser capaz de designar significados, determinar responsabilidades y rectificar las injusticias. Sin embargo, cada palabra subversiva que expone y condena la intención y el significado de las acciones de Israel en el contexto palestino es esterilizada, arrancada de su contexto político y despojada de su verdadero significado en el momento en que emerge. Las palabras que utilizamos encubren el proceso en curso del robo de la dote, el silenciamiento y la humillación de la novia, y la destrucción de su futuro. El deseo de la novia de quedarse con su propiedad no se considera como algo dado, y sus protestas son descriptas como agresivas e injustas. No poseemos palabras para describir este proceso complejo, inconciente y sofisticado. Todas nuestras palabras se vuelven cómplices del encubrimiento y esto, a su vez, nos hace cómplices del encubrimiento. La Cosa Sin Nombre co-opta a la oposición israelí. Cada acto de resistencia política se convierte en una expresión de la “ilustrada democracia israelí”, y estos mismos esfuerzos de resistencia son los que finalmente ayudan a legitimar a la Cosa Sin Nombre.No poseemos palabras para criticar este proceso de humillación y robo, en el cual Israel se presenta a sí mismo como la víctima y a la novia como el agresor violento, incivilizado e irracional. Israel se describe a sí mismo como una democracia ilustrada –“la única democracia en el Medio Oriente”– y considera que “ellos” poseen un régimen tiránico, corrupto y violento que apunta a dañar a los judíos y a arrojarlos al mar sin ninguna razón. Según esta dicotomía geográfica, “aquí” está la democracia y “allí” la ley militar. Sin embargo, en la realidad, la línea imaginaria entre ambos es cruzada una y otra vez[3]. A ambos lados de la frontera, los judíos detentan privilegios y a los palestinos se les niega la igualdad de derechos. El estado, no obstante, distingue entre el status de los ciudadanos palestinos de Israel y el de los palestinos de la Ribera Occidental, el de los de la Franja de Gaza (desde 2005), y el de aquellos que viven como refugiados en áreas fuera del control israelí (desde 1948). Estas divisiones y clasificaciones le permiten a Israel desmembrar al pueblo palestino y presentarse a sí mismo como carente de un interlocutor para entablar un diálogo que tenga por objeto contener la violencia y negociar una solución política. Los judíos del lado “democrático” de la frontera se benefician con la desposesión de los palestinos y son convocados por la misma democracia para servir en las fuerzas armadas fuera de las fronteras israelíes con el objeto de “defender” la ocupación. La ilusión de la frontera mantiene la ilusión de Israel en tanto estado democrático. Esta es, sin embargo, una “democracia imaginaria[4]”. Después de todo, si no fuera por la frontera, nadie jamás habría soñado en reivindicar que el régimen que gobierna el área bajo control israelí es democrático.“Desconexión” de la Gaza “Ocupada”La Cosa Sin Nombre no es exactamente “apartheid”, pero tampoco es “ocupación”. Estos dos términos son ampliamente empleados en los esfuerzos por condenar al control israelí y a la discriminación racial, pero ninguno de ellos comprende satisfactoriamente, describe o analiza el fenómeno en toda su extensión. Por esta razón, los términos fracasan a la hora de trazar un sendero para luchar contra ella. No es un apartheid, en el cual un grupo particular es marcado, separado y despojado de sus derechos colectivos. En estos casos, el objetivo político de la resistencia es claro y consensuado: un hombre–un voto, más precisamente, el desmantelamiento del régimen racista y la consecución de la igualdad de derechos y de la democracia. Pero la Cosa Sin Nombre distingue entre diferentes grupos de palestinos, algunos de los cuales se encuentran en condiciones más favorables que el apartheid. Estos son los palestinos ciudadanos de Israel, cuyos limitados derechos civiles y políticos les permiten avanzar hacia demandas democráticas por una completa igualdad. Cada uno de los otros grupos palestinos tiene diferentes demandas provenientes de sus distintas condiciones: aquellos que viven fuera de las fronteras del control israelí reclaman el derecho al retorno; aquellos que viven bajo un régimen militar reclaman independencia para conformar un estado; y aquellos prisioneros dentro de la Franja de Gaza demandan control sobre sus fronteras. Esta división y desmembramiento del pueblo palestino en subgrupos le impide llevar a cabo una lucha nacional unificada por la independencia. También priva a los ciudadanos judíos de Israel de apoyar su lucha, tal como hicieron muchos ciudadanos blancos de Sudáfrica.
La Cosa Sin Nombre no es exactamente una ocupación, de acuerdo con el significado admisible del término. Un Régimen de Ocupación es el resultado de una guerra y, según la legislación internacional, se define como temporal. Si estuviera claro que éste es un caso de ocupación beligerante, la comunidad internacional estaría obligada a llevar a los líderes del gobierno israelí a juicio, ya que la mayoría de sus acciones están prohibidas por la legislación internacional. Esto es cierto respecto al establecimiento de los asentamientos; el castigo colectivo; las demoliciones de casas; las restricciones para el desplazamiento; la construcción del muro de separación; y el asesinato de civiles y líderes políticos[5]. Si tanto la opinión pública internacional como la israelí vieran al control israelí sobre “los territorios” como una ocupación, entonces los actos de los palestinos precisarían ser considerados legítimos, y no actos de “terrorismo”. La Cosa Sin Nombre, que no es ni apartheid ni ocupación, paraliza y frustra todas las estrategias de resistencia –estrategias israelíes, estrategias palestinas, y la mayoría de las estrategias binacionales conjuntas[6]. La ausencia de una estrategia política de resistencia se ve reflejada en nuestra incapacidad de Nombrar la Cosa que es resistida. Lo opuesto también es cierto: la ausencia de un nombre hace más difícil el desarrollo de una estrategia política de resistencia. Desde 1967, la Cosa Sin Nombre se refiere a sí misma como un “Estado Judío y Democrático”[7]. Dentro del marco de este estado, la novia no sólo es indeseada, sino también peligrosa: después de todo, ella está ahora embarazada y presenta una “amenaza demográfica”. Es sorprendente, sin embargo, que aquellos judíos israelíes que se consideran a sí mismos como parte del “campo de la paz” hablen del mismo modo, en términos de amenaza demográfica, adoptando así el lenguaje de Levy Eshkol y Golda Meir respecto a la novia indeseada. Mientras este sea el lenguaje que empleen los partidarios israelíes del proceso de paz, no habrá ninguna chance de forjar una asociación política entre los judíos y los palestinos en la lucha por relaciones justas y equitativas, sea bajo la forma de un divorcio justo (la “solución de dos estados”) o de un matrimonio legal (la “solución de un estado”).
No hay palabras adecuadas. Esto es porque ellas siempre están desconectadas de su contexto político e histórico y sirven para ocultar la opresión de la novia y el robo de su dote. Consideremos, por ejemplo, el término “estado palestino”. En el momento en que el Primer Ministro Ariel Sharon aceptó la Hoja de Ruta y anunció su apoyo al establecimiento de un estado palestino, quedó claro que este estado se había convertido también en un medio para seguir camuflando el continuo robo de la dote. El significado político de la estatalidad es la soberanía sobre el territorio y un ejército capaz de defenderlo (Tilly 1992; Weber 1964). Nadie, sin embargo, le está ofreciendo a los palestinos un estado de acuerdo a esta definición del término.
Las palabras tienen poder. Movilizan gente y crean realidad, emociones e identificaciones. No obstante, cuando ellas son castradas y sacadas fuera de contexto, debilitan, crean ilusiones y des-politizan. Consideremos por ejemplo, el poder de la palabra “desconexión”, la cual fue utilizada por las autoridades israelíes para referirse a la retirada de Israel de la Franja de Gaza. “Silencio–estamos desconectando”, dijeron en el 2005. No podemos hablar de nada –ni de cuestiones políticas, especialmente de la desconexión en sí, ni de su naturaleza unilateral, o del desastre que probablemente ocurra si no se lleva a cabo dentro del marco de un acuerdo con el régimen del otro lado de la frontera[8]. Cuando Ariel Sharon comenzó a hablar en la lengua de aquellos que se conocen como “los oponentes de la ocupación”, los cooptó, haciéndolos parte del campo pro–desconexión, y él se transformó así en “un hombre del campo de la paz”. Sharon comenzó a utilizar muchas “palabras de paz” y sus sucesores Olmert y Livni lo siguieron en esa misma tradición: “estado palestino”, “retirada”, “evacuación de los asentamientos”, “asentamientos ilegales” y “paz”. Sharon anunció que “la ocupación es mala para Israel” y sus palabras fueron automáticamente adoptadas como evidencia de que el campo de la paz estaba en lo cierto, sin examinar el significado de la palabra “ocupación”. Luego quedó claro que su objetivo era controlarlos desde fuera, creando guetos gigantes y monitoreando de cerca todas las entradas y salidas. Y el “campo de la paz”, que apoyaba la desconexión, apoyó más tarde el bombardeo de Gaza y el asesinato de ciudadanos palestinos. El plan de desconexión atrapó a partidarios de la paz y a oponentes de la ocupación en la pegajosa telaraña de la des-contextualización de la palabra y de la constante des-politización y encubrimiento de los actos de robo y humillación de Israel. El entusiasmo producido por las declaraciones de Sharon y por el plan de desconexión ilustró las dificultades estructurales implicadas en la resistencia a este régimen evasivo, en tanto no tenga nombre –es decir, mientras seamos incapaces de definir apropiadamente al régimen dominante y al enemigo político. Sin un nombre, no podemos definir quiénes somos “nosotros” ni quiénes son “ellos”. Resulta imposible movilizar participantes para una lucha o deslegitimar con éxito algo que ni siquiera podemos llamar por su nombre.Este régimen deja a los palestinos sin estrategias de resistencia efectivas y legítimas. Su uso de la violencia es considerado como evidencia de que quieren asesinarnos. Ese uso es nombrado como “terrorismo”, y la guerra contra él resulta así retratada como legítima. Cuando ellos intentan trabajar diplomáticamente y evitar la violencia, el robo continúa ininterrumpidamente y las negociaciones devienen en un “proceso” sin fin. Esto es lo que sucedió en los siete años de la “paz imaginaria” (1993-2000) durante los cuales el gobierno israelí duplicó la población de colonos en los territorios, construyó “carreteras de circunvalación[9]” para asegurar el movimiento de los colonos y fragmentó a la población palestina de la Ribera Occidental en cientos de asentamientos aislados[10]. La frontera imaginaria también frustra todas las estrategias palestinas: cuando ellos operan violentamente dentro de la línea verde, esto prueba que quieren “arrojarnos al mar” y que “no tenemos a nadie con quien hablar”. El asesinato de colonos dentro de los territorios ocupados, sin embargo, no perturba demasiado a la mayoría de los israelíes que viven dentro de las fronteras soberanas de Israel. Esto es porque se considera que tales actos suceden “allí” y dañan a “ellos” –“los colonos”– que son vistos como aquellos que tientan al destino y que corren un riesgo sólo por vivir “allí”. En otras palabras, porque los israelíes imaginan al estado de Israel como democrático y soberano dentro de sus fronteras previas a 1967, los ataques dentro de estas fronteras son vistos como agresión palestina que requiere una respuesta. Parte del problema estriba en la ilusión de que en realidad existe una frontera, y que los judíos israelíes que viven dentro de las fronteras soberanas de Israel de algún modo no forman parte del crimen cometido “allí”, en “los territorios”.Imaginario Académico e Irrelevancia PolíticaEn un esfuerzo por librarnos del abrazo de oso del régimen que nos transforma en complices de su crimen, muchos académicos han sugerido nuevas palabras y conceptos. Dos ejemplos destacados son el término “Etnocracia” de Yiftachel (2006) y el término “politicidio” de Kimmerling (2003). Ophir (2004) y Azoulay (2004) se han referido a “el Campo” como a una máquina para “purificación postergada”. Además, Hanafi (2009) habla de “espacio-cidio[11]”. Salah Abdel-Jawad utiliza el término “socio-cidio” (Abdel-Jawad, paper inédito, “Sociocide: A New Concept to Explain the Zionist and Israeli Policy toward the Palestinian People”), y Ghanim (2008) ha sugerido el término thánato-política. Shenhav (2007) ha cuestionado totalmente la existencia de la línea verde, arguyendo que “la ocupación no se detiene en los puestos de control carretero[12]”. Raz-Karkotzkin (2007) ha propuesto una perspectiva “bi-nacional”, aunque reconoce que esto no refiere a un programa político sino a una conciencia alternativa. Los periodistas también se han sumado al esfuerzo de “nombrar”: Eldar (2003), por ejemplo, ha acuñado el término “Bantustina” para destacar el establecimiento de Bantustanes en Palestina. Finalmente, mi propio trabajo académico me ha llevado a proponer términos tales como “democracia imaginaria”, “paz imaginaria” y “democracia de ocupación"[13].
Todos estos esfuerzos han sido influidos por las teorías post-modernas y post-coloniales que han florecido en Israel desde los años noventa. Sin embargo, a pesar de que estas teorías se enfocan fundamentalmente en la crítica de palabras, lenguaje y discurso, ellas también fracasaron en la tarea de liberarnos de nuestra crisis de palabras. Somos nosotros quienes en realidad estamos llevando a cabo un proceso de “desconexión”, porque nos estamos encerrando en la torre de marfil de las palabras complejas, dentro de una comunidad de académicos pequeña, íntima y condescendiente. Todos los intentos de desarrollar un vocabulario que sea capaz de analizar y condenar simultáneamente comienzan y terminan como proyectos académicos de individuos que publican artículos para su propia promoción profesional. Estos conceptos no penetran el discurso público, sino más bien permanecen desconectados, atrapados dentro de la comunidad académica.
Nuestros intentos de crear un vocabulario provienen de la crisis de palabras que enfrenta la oposición a la ocupación. He aquí un ejemplo: acabo de usar la palabra “ocupación” y al hacer eso recreé la ilusión de una frontera. Me he apartado a mí mismo de “allí” e involuntariamente me transformé en un cómplice con en el engaño del “plan de desconexión” y de la Cosa Sin Nombre. Todas las palabras que nosotros proponemos son castradas y silenciadas y fracasan al intentar emerger como parte de un lenguaje común con significado colectivo, público y político. Términos tales como “colonialismo”, “colonización” y “sionismo” son también incapaces de explicar, describir, o desafiar la compleja realidad de la situación.
Este no es exactamente un caso de colonialismo, porque no hay un proyecto civilizatorio. Israel no pretende “modernizar” a los palestinos y no los está convirtiendo ni los está transformando en buenos ciudadanos. En contraste con los regímenes coloniales que intentan sacar provecho de su control sobre regiones distantes, Israel no invierte “allí” en rutas o infraestructura para la “población local” ni establece “allí” empresas que complementen la economía israelí. En realidad, sucede todo lo contrario. Israel destruye infraestructura, edificios y fábricas. Sin embargo, la primera y principal diferencia entre la Cosa Sin Nombre y el colonialismo radica en el hecho de que Israel no se encuentra separado de los “territorios” ni por el mar ni por fronteras. Más aún, no existen aparatos estatales separados que oficien como un dispositivo de control colonial. Por ende, no hay nada que facilite una lucha anti-colonial dirigida a la expulsión de los gobernantes extranjeros, a la descolonización y a la creación de una situación post-colonial.Tampoco es un caso de “colonización”, en la medida en que no hay un completo desplazamiento de la población palestina como en Australia; no hay asesinato en masa, como fue el caso de Estados Unidos; ni tampoco existe una incorporación de la población local a través de la subordinación a los aparatos estatales creados por los colonos, como en el norte y el sur de África y en América del Sur y en América Central. Si las cosas hubieran tomado ese curso, habría sido posible luchar por la democracia y por la igualdad de derechos con los colonos europeos, como en Sudáfrica, o por la independencia y la expulsión de los colonos, como en Argelia. El emborronamiento de la frontera y la división de los palestinos en subgrupos son las características salientes de la Cosa Sin Nombre que impide la lucha por la liberación, por lo que resulta que no hay sólo un régimen al cual oponerse[14].Tampoco es un caso de sionismo. El uso del término “sionista” es un claro reflejo de la crisis de palabras que enfrentamos. El concepto sionismo ha devenido en un fetiche, una especie de clave de acceso proferida por muchos con el objeto de expresar el deseo de hacernos zafar de nuestra co-optación a manos de las palabras y de la Cosa Sin Nombre. El uso crítico de la palabra sionismo expresa un deseo legítimo de no pertenecer a la colectividad ladrona que está abusando de la novia. Sin embargo, la palabra sionismo tampoco describe eficazmente la situación. Además, a los ojos de la mayoría de la población israelí que se considera como sionista y que entiende al sionismo como patriotismo y a la negación del sionismo como la negación de la existencia del estado y de su derecho a la existencia colectiva, el término “sionismo” no expresa suficientemente una condena efectiva. Siempre que carecemos de un término, podemos utilizar la palabra sionismo y eso nos da la sensación que hemos dicho algo con sentido. En realidad, sin embargo, no hemos dicho nada. A fin de cuentas, el deseo de los colonos judíos de establecer una comunidad nacional en Eretz Israel (Palestina) no debió haber llevado teleológicamente hacia la forma monstruosa que detenta actualmente, la Cosa Sin Nombre. Los primeros líderes sionistas nunca habían soñado que su empresa pudiera llevar a cuatro décadas de gobierno militar, al asesinato de líderes políticos desde el aire y al bombardeo de la población civil sobre la base de la “defensa propia”. La Cosa Sin Nombre es un fenómeno histórico concreto, el resultado de una secuencia peculiar de eventos incomparables que nos ha traído hasta el presente. Por lo tanto, cuando llamamos a la Cosa Sin Nombre con el Nombre “sionismo”, otra vez la sacamos de su contexto histórico y político, la des-politizamos y la desconectamos del discurso público. El uso de la palabra sionismo es, por lo tanto, un intento más de escapar a la crisis de palabras. “La Izquierda” y la “Paz”Hubo un tiempo en que esta Cosa tuvo un nombre. Se llamaba “movimiento de colonización de trabajadores” (MCT, en hebreo tnuat ha-hityashvut ha-`ovedet) –una extraña mezcla de colonización y de construcción de un estado nacional llevada adelante en nombre del socialismo. Hasta 1948, el MCT fue la fuerza dominante en el movimiento sionista. Como tal, él le dio forma a la estrategia de colonozación segregadora, a través de la cual los colonos judíos aspiraban a controlar “el máximo territorio posible con el mínimo número de árabes[15]”. Fue la colonización de trabajadores la que intentó despojar a la novia de su dote incluso antes de 1948, y fue también la que le robó a la novia la dote que quedó luego de la Nakba. Los industriales, los dueños de plantaciones de cítricos y los burgueses urbanos no aspiraban a lograr una separación total entre judíos y árabes, porque procuraban mano de obra barata (Shapira 1977). Lo mismo era cierto respecto al movimiento nacionalista Revisionista, no por este motivo, sino porque ellos pretendían gobernar sobre ambas orillas del río Jordán (incluyendo la Jordania actual) y para este fin deseaban concederle a la novia los derechos mínimos de la “autonomía cultural[16]”. Existían también los partidarios del “sionismo espiritual” –como Ehad Ha’am, Martin Buber y Yehuda Leib Magnes– quienes creían que no era el estado en sí lo que resultaba importante, sino la comunidad cultural que éste albergaba (Heller 2003). Todos estos grupos se oponían a la metáfora de Eshkol y Golda, que guiaba la estrategia del movimiento de asentamiento obrero basada en el deseo de que “otro” tomara a la novia y que “nosotros” retengamos la dote.Después de 1967, Moshe Dayan sugirió resolver el dilema de Eshkol y Golda por medio de una “división funcional” de la Ribera Occidental: el ejército israelí controlaría el área, mientras que la monarquía jordana controlaría al pueblo (sólo a los palestinos, por supuesto; el ejército israelí “defendería” a los colonos israelíes). Históricamente, el periodo que siguió a 1967 atestiguó la emergencia de una compleja situación que separó al movimiento laborista y a sus partidarios, los europeos de clase media dentro de “las fronteras soberanas de Israel”, de los colonos nacionalistas-religiosos ubicados en los territorios, quienes se comprometieron a continuar la estrategia de colonización del MCT. De esta manera, el MCT sufrió una metamorfosis: sus herederos biológicos pasaron a ser denominados como “la izquierda”, mientras que aquellos que continuaban sus prácticas colonizadoras pasaron a ser conocidos como “la derecha”. Esta confusión conceptual ha resultado en una des-politización y les ha facilitado a aquellos ahora conocidos como “la izquierda” que se libren de la responsabilidad sobre lo que los colonos de “la derecha” le están haciendo a los palestinos “allí”, cruzando la frontera del “estado” “democrático”. Por lo tanto, “nosotros” no somos los “colonos ocupantes” –“ellos” lo son[17]. Luego de que el Likud llegó al poder en 1977, otra palabra fue transformada dramáticamente: “paz”. Menachem Beguin firmó un tratado de paz con el presidente egipcio Anwar Sadat. Además del acuerdo respecto a la devolución de la península del Sinaí a cambio de paz, los dos países también se pusieron de acuerdo sobre el proceso que teóricamente iba a conducir hacia la paz con los palestinos. Según este acuerdo, se establecería la “autonomía palestina” en los “territorios” que serían administrados por un consejo electo. El consejo negociaría con el gobierno israelí un convenio sobre el status permanente que sería alcanzado en el plazo de cinco años. Desde el acuerdo de paz con Egipto, el término “proceso de paz” ha sido utilizado para referirse al permanente control militar sobre los palestinos, al robo de sus tierras y a la deslegitimación de su resistencia.La asociación habitual entre las palabras “izquierda” y “paz” es falsa y engañosa. En el contexto israelí, la “izquierda” no es un concepto político sino una representación cultural de la comunidad Sabra, a saber, descendientes de los immigrantes europeos que nacieron en el pais.[18] La “paz imaginaria” del “gobierno de izquierda” (1992-1996) resultó de hecho en la duplicación de la construcción de colonias, la construcción de “asentamientos ilegales” y la escisión de la tierra a través de las carreteras de circunvalación, controles carreteros y el muro de separación. La paz imaginaria es lo que llevó a la “izquierda” al reclamo de la construcción del “muro de separación” y a la “desconexión” unilateral de Gaza. Al mismo tiempo, la izquierda ignoró por completo a la ruta del muro y al destino de los palestinos en la Franja de Gaza y en la Ribera Occidental, es decir a los guetos establecidos más allá de los cercos.Genocidio SimbólicoNuestra crisis de palabras se volvió crítica en el contexto de la represión de la Segunda Intifada y de la casi completa ausencia de crítica y protesta de parte de la “izquierda” israelí. La ausencia de un amplio movimiento político, opositor al uso desproporcionado de la violencia a manos de Israel y la ausencia de una meta común entre los opositores a la represión, nos ha sacado de la esfera pública y nos ha impedido hablar en público. Nuestra escasez de palabras nos silenció y paralizó. El silenciamiento impide no sólo nuestra existencia en la esfera pública sino también la existencia de una comunidad política que se oponga a las políticas israelíes. Ya sea en tanto individuos o como grupos de activistas, tenemos palabras para comunicarnos internamente, pero no existimos como un movimiento con una voz crítica propia. Nosotros no existimos como una entidad política que desafía al status quo y que propone una forma alternativa de pensamiento.
Luego de la ocupación por parte de Israel de las ciudades de la Ribera Occidental y del asesinato de cientos de palestinos en abril de 2002, un grupo de activistas, intelectuales y artistas se reunieron en un teatro de Tel Aviv para protestar contra los horrorosos actos israelíes. No obstante, a pesar de que se profirieron muchos discursos, el participante más impresionante fue el actor y director Muhammad Bakri. Bakri se paró sobre el escenario en silencio durante cinco minutos, como si tratara de decir algo pero en realidad sin decir nada, hasta que finalmente pronunció las siguientes palabras en hebreo: “Bendito seas Señor, que no me hiciste judío[19]”. En efecto, en nombre de la protección de los judíos, el gobierno israelí lleva a cabo actos atroces que no tienen absolutamente nada que ver con el judaísmo. ¿Cómo se llama eso? ¿Cómo podemos explicarlo y entenderlo? ¿Cómo podemos condenarlo? La crisis de palabras de los judíos es clara. Bakri también carece de palabras, pero al menos él pudo despojarse de la responsabilidad de las acciones de su país –Israel– contra su pueblo, los palestinos. Durante un período de tres años publiqué artículos en el extranjero criticando y condenando la represión israelí, pero ellos fueron ignorados en Israel[20]. Esto fue así hasta la publicación de un artículo en Bélgica condenando a Israel por el asesinato de Sheikh Yassin. Mi artículo hizo estallar una respuesta particularmente furiosa debido a su introducción de un par de palabras que no podían ser co-optadas –“genocidio simbólico” (Grinberg 2004). Las respuestas agresivas que recibí me suministraron de primera mano el gusto de la violencia paralizante y acalladora[21]. Mis atacantes tergiversaron mis palabras, mientras que mis defensores argumentaron que yo tuve el derecho de expresarme. Al mismo tiempo, aquellos cercanos a mí declararon que estaban de acuerdo con mis posiciones políticas. Sin embargo, el resultado de la respuesta acalladora a mi artículo fue que nadie le prestó ninguna atención a su contenido. ¿Por qué mis palabras causaron semejante tormenta? ¿Por qué tuve que ser silenciado? Me parece que mucha gente se indignó por mi exposición del vínculo entre la humillación y la desposesión de los palestinos, y la habilidad de cometer asesinato como si fuera un acto de legítima autodefensa en el cual Israel era la víctima. Los actos de robo y humillación de Israel dañan al colectivo palestino, su sentido del orgullo y su sentimiento nacional. También encienden los reclamos de restauración de los derechos de la novia encarcelada. La victimización de Israel y la proyección de su propia imagen como la de un país que actúa en defensa propia tiene sus raíces en un momento y en un lugar diferentes: la Europa de los años cuarenta. De este modo, se amputa a la opresión de su contexto político inmediato.
Desde octubre de 2000, el genocidio simbólico se ha vuelto la característica más prominente de la Cosa Sin Nombre. Desde mi punto de vista, el término genocidio simbólico alude a todos los tipos de ataques contra los objetos que simbolizan a un pueblo y que le proporcionan un significado y una esperanza para el futuro: elementos tales como la tierra, la comunidad, los niños, la juventud, manifestaciones, la protesta, los activistas y los líderes. Es un intento de privar a la novia de toda esperanza de casarse honrosamente y de forjar una relación basada en la igualdad, o bien de obtener un divorcio justo y de recuperar su dote. Una esperanza tal fue creada por los acuerdos de Oslo, los cuales por primera vez nos permitieron imaginar de manera realista un estado palestino dentro de las fronteras de 1967. Sin embargo, la réplica de Binyamin Netanyahu a esta esperanza fue bajar las expectativas palestinas. El genocidio simbólico alude al esfuerzo en marcha desde octubre de 2000 para crear desesperación en el pueblo palestino y para convencerlos de que jamás podrán librarse del control de su marido indeseado e ilegal, que los golpea y les roba su propiedad. Moshe Yaalon fue el Jefe del Estado Mayor de Israel entre 2002 y 2005, durante la represión de la Segunda Intifada, y en calidad de tal encabezó el mecanismo generador del vocabulario lavado empleado por el régimen israelí. Según él, el objetivo de la represión fue “quemar la conciencia palestina[22]”. Yo llamo a este intento de “quemar la conciencia palestina” un genocidio simbólico. Luego de que Israel fracasó en “quemar la conciencia palestina” y sacó a sus fuerzas y colonos de Gaza en 2005, intentó “quemar la conciencia de Hezbollah” en el verano de 2006, y luego del fracaso en el Líbano, intentó “quemar la conciencia del Hamas” en Gaza, a lo cual me refiero como el “Enero Negro” de 2009[23]. Las palabras “genocidio simbólico” provocaron respuestas tan extremas porque tocaron uno de los nervios más sensibles de la sociedad israelí: el nervio que es la fuente de la legitimidad de la Cosa Sin Nombre. La fuente de legitimidad para robarle a la novia y acusarla de agresión no es simplemente colonial o imperial y no proviene tampoco de la arrogancia del hombre blanco sobre el resto o de la sensación de superioridad de occidente sobre oriente. Más bien, lo que legitima a la Cosa Sin Nombre según el punto de vista de Israel es el hecho de que nosotros, las víctimas del Holocausto, somos la suprema víctima a-histórica de la historia humana a través de las generaciones. Para ser claros, los judíos fueron una de las víctimas más graves de la Europa ilustrada y del nacionalismo cristiano (secundados sólo por los pueblos nativos del continente americano) y su intolerancia hacia la alteridad. La Cosa Sin Nombre describe a los palestinos como parte del fenómeno a-histórico de persecución a los judíos simplemente porque son judíos, y de este modo niegan sus derechos colectivos y los proyectan como una amenaza.
No es sionismo y no es algo que existió en la década de 1930 o de 1950. Es algo duro y crudo, inventado y manipulado por el Primer Ministro Menachem Beguin con el objeto de legitimar la impopular primera guerra del Líbano, cuando comparó a Arafat escondiéndose en su búnker en Beirut con Hitler en Berlín. Esto devino en el mito que le permitió a la identidad israelí, que estaba desmoronándose luego del estallido de la segunda Intifada hacia finales del 2000, volver a cristalizarse[24]. De acuerdo con el mito religioso, “en cada generación se alzan para aniquilarnos”. A pesar de que el significado moderno y actual de esta aniquilación es el anti-semitismo y el Holocausto, los reclamos palestinos son entendidos como intentos de exterminar a la colectividad judía. Es así como los reclamos de los refugiados palestinos son representados. Lo mismo sucede con el reclamo de los ciudadanos palestinos de Israel por un estado democrático (“un estado de todos sus ciudadanos”), así como con el reclamo de aquellos palestinos que viven bajo el régimen militar por un estado palestino independiente sobre el 22% de la dote, con su propio ejército para defenderse.A través del empleo del discurso del Holocausto y de describirse a sí mismo como una víctima, Israel niega la crítica internacional sobre sus políticas y desestima tales críticas como una expresión de anti-semitismo. Este no es el resultado de un sentimiento de superioridad colonial, pero sí de una combinación de cínica manipulación propagandística y de un trauma nacional real que sirve para borrar a la novia, para retratarla como homicida y para justificar que abusamos de ella. Esto nos permite pronunciar el deseo de que ella simplemente desaparezca (en las palabras de Yitzhak Rabin, “Que Gaza sea tragada por el mar”) o que alguien más se la lleve (un administrador egipcio de la Franja de Gaza). Este es un malestar incorporado al futuro: el miedo a la aniquilación colectiva del pueblo judío traducido a un consenso nacional, tanto de “izquierda” como de “derecha”, en el que los palestinos constituyen la “amenaza demográfica”. La mayoría de los judíos israelíes no tienen la intención de vivir codo a codo con la novia en una relación basada en la igualdad, y por ello son incapaces de vivir en Israel–Palestina sin vivir en conflicto. La incapacidad de reconciliarnos con el pasado judío y con la terrible pérdida de Europa nos impide mirar la situación con pragmatismo político y concentrarnos en el presente y en el futuro. No estamos “aquí” (Eretz Israel–Palestina) ni tampoco “allí” (Europa), o estamos en ambos lugares al mismo tiempo. Esta es la naturaleza a-política del lenguaje israelí –su desconexión del espacio y del tiempo.La inmigración a Eretz Israel y la creencia en el derecho a robar a la novia su dote están intrínsecamente vinculadas a la sensación colectiva de pérdida en otro lugar y al miedo a la aniquilación. Tales sentimientos no emergieron en 1967. Más bien, emergieron con el nacimiento del nacionalismo anti-semita en Europa y se convirtieron en un trauma nacional durante la Segunda Guerra Mundial. Netiva Ben-Yehuda, escritora y guerrera del Palmaj (1981, 181), proporcionó una clara expresión acerca de la confusión entre “aquí” y “allí” en su artículo sobre la guerra de 1948: “Cuando nosotros apuntamos nuestros fusiles sobre los árabes, jalamos los gatillos y matamos a los nazis”. El sentido de la auto-justificación y el vínculo entre la tragedia judía y la injusticia sufrida por los palestinos fue reflejado en una propuesta de la conducción del Mapai al gobierno alemán durante los años cincuenta. La propuesta sugería que los alemanes paguen una compensación no sólo a los sobrevivientes del Holocausto sino también a los refugiados palestinos (Lustick 2005). La mayoría de los israelíes ven al Holocausto como la fuente de legitimidad del establecimiento del estado de Israel, así como también del robo actual, eterno y a-histórico de la dote de la novia. Es la responsabilidad de los nazis alemanes y de la Europa anti-semita, sigue el argumento, no la “nuestra”. Nosotros somos las víctimas. Por esta razón, Europa no puede criticar las acciones de Israel porque ella es la fuente del anti-semitismo. Cuando Europa se atreve a criticar a Israel, eso significa que ella continúa siendo anti-semita.¿Cómo podemos contar esta historia? ¿Cómo la desmontamos? ¿Cómo podemos hablar de ella sin ser inmediata y agresivamente silenciados? ¿Cómo podemos traer a los judíos de Eretz Israel-Palestina de vuelta a la realidad, aquí y ahora, a la política concreta? ¿Cómo podemos extraerlos de su guerra a-histórica en contra de aquellos que quieren dañarlos? No hay respuestas ciertas para estas preguntas, pero está claro que debe ser un proyecto colectivo intelectual, académico y político al mismo tiempo. Separar a los académicos de la política aleja al pensamiento crítico del debate político, volviéndolo poco realista, introspectivo y carente de influencia. La tarea de crear un lenguaje crítico es la de conectar, no la de desconectar.Palabras que conectanLa dificultad de nombrar a la Cosa Sin Nombre radica en nuestra incapacidad de encontrar un término que incluya tanto al acto de robarle a la novia como a la descripción del marido abusador como víctima de su resistencia. Todos los términos críticos que nosotros los académicos inventamos (etnocracia, politicidio, campo, sociocidio, espaciocidio, Bantustina, democracia de ocupación) o que tomamos prestados de la esfera política (ocupación, colonialismo, sionismo, paz, estado palestino, línea verde, militarismo, colonización, apartheid) son sólo parcialmente adecuados, y no vinculan eficazmente a la descripción de la Cosa Sin Nombre con el análisis y la condena. Ellos son incapaces de articular una posición política crítica que defina la lucha y que cree una identidad colectiva de resistencia. Son fácilmente neutralizados al probar que son “incorrectos” o al usarlos fuera de contexto.De hecho, los términos que nos permiten hablar de manera más satisfactoria sobre la situación son términos árabes generados durante la lucha palestina: Intifada, Nakba, Tahadiya, Hudna. Estas son palabras que ninguna fuerza militar ha conseguido sofocar, que ningún político ha podido co-optar y que ningún medio de comunicación pudo ignorar. Estos términos se vuelven más poderosos cuando los judíos hebreo-parlantes los usan, y éste es el motivo por el cual los académicos y los activistas políticos comenzaron a utilizar términos árabes. Ta’ayush (convivencia), Tarabut (conexiones[25]). El uso de la terminología de la lucha palestina conecta a judíos y árabes y transforma al bi-nacionalismo en una estrategia política.Mi modesta contribución a la lucha, interpretada como tal retrospectivamente desde mi discurso espontáneo, es la propuesta de un vínculo adicional –un vínculo entre el horror y la frustración experimentada por los judíos de Europa y sus acciones en Eretz Israel–Palestina. De este modo, el término genocidio, que refiere a un acontecimiento en un lugar y en un tiempo distintos, se vuelve simbólico cuando es realizado dentro de la realidad del conflicto israelí–palestino. El gueto judío que sirvió para separar y marcar a los judíos en Europa sirve en el presente para separar, marcar, humillar y controlar a los palestinos aquí y ahora: el gueto de Gaza, el gueto de Ramallah, el gueto de Hebrón y los muros del gueto palestino. Pareciera que, para liberar el gueto palestino, es también necesario hacer salir a los judíos de los guetos europeos, de los cuales todavía necesitan ser completamente liberados.Referencias Bibliográficas- Azoulay, A. (2004). “On the Verge of the Catastrophe,” Paper inédito presentado en la conferencia Van Leer: “The Politics of Humanitarianism in the Occupied Territories”, 20 y 21 Abril de 2004.- Azoulay, A., & Adi, O. (2008). This regime which is not one: occupation and democracy between the sea and the river (1967–). Tel Aviv: Resling.- Beilin,Y. (1985). El precio de la unidad: El partido laborista hasta la guerra de Yom Kippur. Revivim, Ramat Gan [en hebreo].- Ben-Yehuda, Netiva. 1981. 1948: Entre calendarios. Keter, Jerusalén [en hebreo].- Eldar, A. (2003). “Camino a Bantustina” Haaretz, 17 de noviembre de 2008 [en hebreo].- Feige, Michael. 2002. Las Dos Riberas del Mapa: Gush Emunim, Paz Ahora y la configuración del espacio en Israel. Magnes, Jerusalén [en hebreo].- Ghanim, H. 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[1] “Speechlessness: In Search of Language to Resist the Israeli ‘Thing Without a name’”, publicado online el 21 de marzo de 2009, Springer Science + Business Media, LLC 2009. Estas ideas fueron presentadas por primera vez en la conferencia sobre “Colonialismo y Post–Colonialismo en Israel”, que se llevó a cabo en el Instituto Van Leer, Jerusalén, el 21 de marzo de 2005. Una versión previa fue publicada en hebreo bajo el título “La novia rechazada, la miseria del lenguaje de resistencia contra la ocupación” en Theory and Criticism 27 (2005) pp. 187-196. La versión hebrea original fue escrita en el contexto de la desconexión israelí de Gaza, pero a la luz de la reciente ofensiva en la Franja de Gaza he decidido hacer las actualizaciones necesarias y publicarlo en Inglés. International Journal of Politics, Culture, and Society, Springer Holanda, Volumen 22, Number 1 / marzo de 2009, pp. 105-116.
[2] Neve Gordon (2007) también empleó la metáfora de Eshkol para referirse a la separación de los palestinos de sus tierras como un medio de control militar.
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Gracias a Federico por la traducción.
ResponderEliminarLa “Cosa Sin Nombre”
ResponderEliminarMe adhiero al reconocimiento a Lev y Federico por facilitarnos este material sumamente útil para desenmarañar una preocupación común. Reconocer "eso" decisivo que se escabulle del nombre, remover entre las palabras danzantes y aproximaciones sucesivas, deviene en un gesto distinto para la clarificación de un acontecimiento específico. Pero que, no obstante, resulta ser “modélico”. Nos sirve para pensar en esta progresiva y angustiante inversión perversa de las palabras, devenida también instrumento de debilitamiento moral, despolitización de la conciencia y división de las fuerzas vitales que alientan la praxis de la resistencia en una escala planetaria. Gracias, Rossana.