sábado, 23 de octubre de 2010

Gracias a Eduardo Mosches por el envío.

Un agujero en la jaula de Gaza

La caravana Viva Palestina, un convoy internacional ha roto, ruidosa y festivamente, el cerco de la Franja de Gaza y, poco a poco, está introduciendo en Palestina casi 3,6 millones de euros en alimentos y medicinas.

Varios cooperantes festeja la entrada de la caravana en Gaza a través del paso fronterizo con Egipto. (AP Photo/Eyad Baba)

El reloj marca las 15.23. Unas nubes bajas humedecen el ambiente y alientan el bochorno. Entre ellas bailotean, a lo lejos, los helicópteros de las Fuerzas Armadas de Israel, pero nadie les presta atención, porque hoy la fiesta está a ras de tierra, en el paso fronterizo de Rafah, ahí donde acaba Egipto y empieza Gaza. Es el punto por el que acaba de cruzar la primera furgoneta Hyundai de la caravana Viva Palestina, el convoy internacional que rompe, ruidoso y festivo, el cerco de la franja y, poco a poco, está introduciendo en Palestina casi 3,6 millones de euros en alimentos y medicinas. Ayman, el conductor del vehículo, sirio de origen, se tira del coche nada más pasar el bloque de hormigón, donde se repite insistente un lema, “Free Gaza”, en rojo, verde, negro, blanco. Manotea con su pañuelo al cuello, los ojos llorosos, la voz ronca de gritar. “¡Gracias, gracias, gracias!”, repetía en inglés y en árabe mientras besaba el suelo, enfebrecido. Su ilusión era tan contagiosa que hasta Hassan, el policía palestino que custodia la garita de la aduana, le corresponde con un abrazo enternecido. “Es el día más feliz que recuerdo”, observa el agente, tímido y conmovido, la sonrisa escondida bajo el bigote naciente.
Tras Ayman entran lentamente los demás activistas, hasta 370 de 30 países distintos, en 150 coches cargados más allá de lo que la seguridad aconseja, con 500 toneladas de ayuda humanitaria. Por las ventanillas se ven los sacos de harina, arroz y azúcar, las latas de tomate, las legumbres, los bidones de aceite, los palés de medicamentos (para el dolor, para la fiebre, vacunas contra infecciones, suero…), todo lo que ha pasado el control de las autoridades egipcias y que “no es susceptible de usarse como componente de un arma”, explican los portavoces militares de El Cairo. La comitiva, impulsada por el parlamentario verde George Galloway (Reino Unido), es la mayor que ha logrado abrir un agujero en el cerco de Gaza, una tierra absolutamente bloqueada desde que Hamás ganase las elecciones legislativas en 2006. Sólo el asalto a la Flotilla de la Libertad del pasado 31 de mayo, cuando Israel mató a nueve activistas –ocho turcos y un estadounidense de origen turco- que trataban de tomar tierra en Gaza a bordo del buque Mavi Mármara, hizo que la presión internacional lograse un alivio de este asedio: el Gobierno de Tel Aviv permitió la entrada de alimentos hasta entonces prohibidos, tan elementales como las verduras, las frutas o las patatas fritas. Egipto venía aplicado un bloqueo similar, pero lo ocultaba bajo la sombra del israelí, más duro aún, más visible. También aquellas muertes le forzaron a aflojar el puño y facilitó el paso por tierra de mercancías y peregrinos. En esa nueva etapa se enmarca la entrada, ayer, de Viva Palestina, cuyos miembros partieron el 18 de septiembre de Londres y que ha viajado por Francia, Turquía, Argelia, Marruecos, Jordania y Siria recogiendo colaboradores.
“El viaje ya se hacía eterno”, relata Kevin Ovenden, uno de sus portavoces. Tras llegar a Siria y atracar en Latakia, comenzaron a negociar con el Gobierno egipcio para lograr el permiso de llegada. “Que sean musulmanes no quiere decir que estén arropando precisamente la causa palestina”, acusa Ovenden. Por eso, tras anunciar por tres veces su partida, se veían obligados a posponerla. Al fin, la noche del martes llegó la autorización. Con una salvedad: sólo 30 personas podrían arribar por mar. El resto, tras mil escalas imposibles, llegó por avión. En la madrugada del miércoles al jueves todos estaban ya reunidos alrededor de su caravana en El-Arish, listos para salir. Querían pulverizar su previsión de estar en 36 horas en Gaza. Y lo han logrado: apenas 15 horas después pisaban el otro lado del muro en Rafah. Sin embargo, faltaban 18 compañeros: entre ellos, el propio Galloway, declarado persona non grata por El Cairo después de que en enero pasado intentase entrar con ayuda humanitaria y se enfrentase con la policía; y un joven mauritano, al que se le requisó el pasaporte. Ovenden explica, preocupado, que aún no sabe qué cargos se han alegado para su detención.
Mientras este portavoz moreno, rapado y ágil explica los contratiempos de su expedición, las furgonetas comienzan a aparcar en una plaza pequeña, engalanada de cintas de colores y banderas palestinas. Los vecinos de Rafah salen a la calle a agradecerles su ayuda y preguntar, con ansia evidente, cuándo y cómo se hará el reparto. Zaher al-Birawi, el coordinador de Viva Palestina dentro de Gaza, les dice con voz suave que va a reunirse de inmediato con agentes locales para proceder a la distribución a lo largo de toda la franja. “Las mercancías llegarán lo antes posible, se repartirán desde el viernes mismo –trata de tranquilizarlos-, ya habéis visto que el mundo no nos ha abandonado”. Un grupo de expertos de la zona ha analizado en los últimos meses los proyectos y familias que necesitan una ayuda más urgente, por lo que el reparto podrá acometerse en 48 horas. Después de eso, los activistas regresarán. “Hemos roto por quinta vez el bloqueo, eso es un logro personal, pero nos pesa la seguridad de que no aportamos más que un grano de arena, que Gaza va ya por su cuarto año de cerco y que no puede seguir así mucho más: hay un millón y medio de personas limitadas a diario y la mitad son niños. La tasa de pobreza aquí es del 79% y el paro llega al 45%… ¿Recordamos lo que pasó en los bombardeos del año pasado? 1.400 muertos y 50.000 palestinos sin hogar, eso pasó, y no les dejan ni introducir ladrillos. ¿Cómo no vamos a estar aquí para ayudar, si son el pueblo más atenazado del planeta?”, resume como una enciclopedia Azra, una voluntaria procedente de Malasia.
Los habitantes no los dejan ni hablar con la prensa, los agasajan con lo que buenamente pueden. A Fatma, viuda, 86 años, nueve hijos, le gustaría ofrecerles dulces, pero tiene pocos ingredientes para elaborarlos, vetados desde hace años. “Como si los dulces mataran judíos”, se enfada. A los cooperantes les da igual y el pan con higos que les regala les sabe a gloria. A más de uno la navegación le ha puesto el cuerpo malo, confiesa Kevin, de Glasgow, subido al techo de un coche desde el que contempla las calles, admirado. Los extranjeros comen en paz, hambrientos de puro nervio, sentados junto a una fuente sin agua. Los niños los miran con curiosidad pero dejan de prestarles atención cuando descubren un nuevo entretenimiento: la réplica de Benjamin Netanyahu (primer ministro de Israel) que traen en uno de los coches, con un cuchillo de carnicero en la mano. En dos minutos, el arma parece inofensiva, machacada a pedradas.
Entre los casi 400 activistas que han accedido prodigiosamente a Gaza se encuentran 40 que ya participaron en la flotilla de mayo. No quieren protagonismo, pero suya fue la idea del homenaje doble que están recibiendo las víctimas del Ejército israelí. De camino a Egipto, a la altura de donde se produjo el abordaje, cerca de Ashdod, los componentes de la expedición lanzaron flores por la borda, en un recuerdo más rápido de lo esperado por aquello de amortiguar los retrasos acumulados. El homenaje más sentido será hoy, cuando se planten árboles con tierra recogida en las tumbas de los nueve muertos del Mármara. “Que la sangre de entonces encarne la vida, que la memoria de su sacrificio sea la semilla de la paz”, resume Al-Birawi, casi sin voz, demasiado dañada por los altibajos de la emoción. Una llamada salvadora le evita las lágrimas: le informan de que en París y en Dublín grupos de jóvenes han salido a la calle con banderas palestinas para festejar su hazaña. “Es verdad, lo hemos logrado”, susurra como si aún no lo creyera.
A paso lento, sin ganas de dejar la humilde fiesta, los cooperantes se dispersan al caer la noche, apenas rozando las seis de la tarde. Van a instalarse para la noche, a reponer fuerzas, a conectarse a la lentísima línea de Internet para contarle a los suyos y al mundo que están bien, que han horadado el blindaje. Al amanecer retomarán su tarea, dos días intensos por delante que esperan sean pacíficos, aunque las luces de las patrulleras israelíes se vean a lo lejos, en el mar, y se oiga el runrún de sus aviones. Khaled, el fotógrafo oficial de la caravana, el mismo que hace horas reconocía que la travesía había sido durísima, que se había desanimado, que estaba reventado, mira por la ventana de su cuarto antes de darse una ducha. En la pared de enfrente se lee: “Gracias por llevar a Gaza más cerca de la libertad”. Se gira, medita, y suelta risueño: “Ahora pregúntame de nuevo si merece la pena”.


Coordinadora de Solidaridad con Palestina en México (CORSOPAL), miembro del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Palestina (MMSP).

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