domingo, 8 de febrero de 2009

¿Por qué no hay "izquierda" en las elecciones del 2009 (Lev Grinberg sobre las elecciones de este martes en Israel)

¿Por qué no hay “izquierda” en las elecciones del 2009?
Lev Grinberg[1]

El próximo martes hay elecciones en Israel, sin embargo, no hay elección. Se enfrentan 38 listas y cuatro partidos “grandes” que presentan un candidato para primer ministro. Pero hay indiferencia y confusión. ¿Por qué? Porque de todos modos va a ganar el “bloque de derecha”, sea encabezado por Livni o por Netanyahu, o de haber una gran sorpresa serían Lieberman o Barak. Hay elecciones y no hay elección, se trata de un acto de legitimación de la auto-imagen democrática de Israel. No hay posibilidad alguna de que gane el “bloque de izquierda” porque no hay una izquierda sionista en estas elecciones, sólo hay matices de centro-derecha.
¿Y qué debería votar un elector racional cuando no hay elección? La leyenda del votante racional ha sido inventada por los politólogos como consecuencia del éxito de los economistas inventores del hombre racional del mercado. El día de las elecciones tenemos diferentes “mercancías” que intentan venderse a los electores. ¿Y qué hacer si todas las mercancías se parecen, a no ser por el envoltorio, y no es posible calcular de antemano el precio de su elección? ¿Quién puede decir que hay alguna relación entre aquello que creyó votar en las elecciones del 2006 y lo que sus elegidos hicieron desde entonces?
El error fundamental de la leyenda de la racionalidad se encuentra en la suposición de que existe una diferencia esencial entre los partidos políticos. El segundo error se refiere a los motivos de la votación. La gente vota ante todo con el sentimiento y de acuerdo a su intuición. El día de las elecciones desempeñan un papel importante amor y odio, esperanza y miedo, confianza y desconfianza, identidad e identificación, así como también intereses y puntos de vista. ¿Y qué queda de todo esto? Los sentimientos positivos desaparecieron, no sólo entre los votantes, ni siquiera se ve en las calles a los activistas. Nadie propone esperanza, todos amenazan con un futuro tenebroso: una bomba atómica, terror en los territorios ocupados y en Galilea, amenaza sobre Tel Aviv, y agravamiento del problema económico. La pregunta que se plantea el martes próximo es personal: quién tendrá la capacidad de aceptar “decisiones duras” a la luz de las amenazas; y no cómo enfrentarse a ellas. Bibi (Netanyahu) se presenta a sí mismo como fuerte y experimentado, y a Tzipi (Livni) como inexperta y débil; y Tzipi responde con guiones cinematográficos de espanto en torno a Bibi y recluta a su favor la agresión a las mujeres. Lieberman amenaza con ocuparse de los árabes, y Barak responde que él tiene más experiencia que Lieberman para tirar contra los árabes. Y ciertamente tiene facturas para comprobarlo.
Este es el cuento de la confusión y la indiferencia en las elecciones: no hay esperanza, no hay amor, no hay confianza, no hay identidad, no hay identificación. Hay mucho miedo y desconfianza, y entre los votantes se cuela el temor justificado de que los políticos no sean capaces de rescatar a Israel del embrollo en que lo metieron. Esto no es nuevo, la confusión y la desesperación empezaron después del fracaso de la conferencia de Campo David y del estallido de la segunda Intifada, en las elecciones del 2001, en ese momento un millón y medio de electores boicotearon las elecciones de primer ministro. Pero todavía una parte del público se movilizaba por algunos sentimientos, al menos respecto al adversario. Ahora no queda ni siquiera esto.
¿Y qué ocurrió con el odio antiguo que reclutó a tantos israelíes, tanto ashkenazíes como orientales, religiosos y laicos, tanto rusos como de Shas (partido religioso), “izquierdistas” y “derechistas”, habitantes de Tel Aviv así como también colonos de los territorios ocupados? Todo ese odio fue borrado por el odio a los ismaelitas disfrazado de amor a Israel. Lieberman lo expresa sin vergüenza, pero todos los partidos políticos “judíos” aceptan la proscripción de los partidos “árabes” considerándolos participantes ilegítimos para las coaliciones. Para esos efectos el diputado Dov Jinin (quien recibió el 35% de votos para la alcaldía de Tel Aviv) sería considerado como ilegítimo, ya que se opuso a la guerra y forma parte de un partido apoyado por árabes.
Una semana antes de ser asesinado, le preguntaron a Itzjak Rabin cómo era posible pasar el acuerdo de Oslo “b” con el apoyo de los partidos políticos árabes. “Es una pregunta racista” respondió irritado Rabin “los árabes en Israel son ciudadanos iguales”. Hace diez años en un coloquio dedicado a la memoria de Rabin, el diputado Yamal Zajalka sostuvo que Rabin fue asesinado en un trasfondo racista. Mucha sangre de judíos y árabes ha sido derramada hasta que fuera adoptada la perspectiva racista del asesino, según la cual el mundo se divide en árabes contra judíos, y así quedó borrada la concepción política de una lucha entre aquellos que están a favor de la paz y sus opositores. Fue necesario derramar mucha sangre palestina para unir a los judíos tras el asesinato y borrar la memoria de una discusión, del pensamiento crítico y la responsabilidad moral, que conforman el alma del judaísmo.
En las elecciones del 2009 está permitido odiar sólo a los árabes, por eso ellas son tan desoladoras y a la vez indignantes.


Traducción de hebreo: Silvana Rabinovich
[1] Autor del libro “Paz ficticia, discurso de guerra – fracaso de la dirigencia, de la política y de la democracia en Israel” (en hebreo, Israel, Resling 2007). Profesor en la Universidad Ben Gurion de Beer Sheva.

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